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Post by Lugh O'Floinn on Nov 5, 2021 4:04:33 GMT
Huir de Le Vent no había sido tan fácil como parecía, incluso con ventajas como las suyas. Era incluso probable que tuviese algunos huesos rotos, pero ya libre eso no tenía real importancia. Montado en Epona estaba en su territorio. Si hubiese tenido menos dolores se habría planteado la idea de rescatar a más selenitas, pero en su estado actual no podía permitirse sufrir más daños. Aún estaba algo mareado por el puntapié en la barbilla que el Agente Picard le dio dentro del club y entre todos los golpes recibidos, un foco sensitivo punzante en la espalda baja le reveló el modo en que Picard le había derribado: era un naga y con la punta de su cola le había golpeado y le había herido en una zona blanda. No es como si pudiera dolerle, pero sí le generaba incomodidad para realizar algunos movimientos.
Miró en las inmediaciones del invadido club. Los guardias del Magisterio seguían cayéndole a garrotazos a cualquiera que se les pusiera por delante y aunque le hubiese gustado salvar a alguno de los arrestados, lo más probable es que también terminara encerrado. Fue entonces que vio una figura femenina emerger del interior del edificio. Como casi todos los demás, venía bastante lastimada. Decidió que le ayudaría, así que guió a Epona hacia ella, para detenerse en seco: los agentes la alcanzaron y se la llevaron a rastras.
—Mierda, mierda, mierda— se dijo, haciéndose inmaterial para evitar que los agentes le descubrieran queriendo volver —, tenía que ir más rápido, a la pobre la van a reventar a golpes.
Entonces se acercó en serio, usando la calle que daba directo a la puerta de entrada del club. Desmontó y se inclinó para echarse un puñado de piedrecillas al bolsillo. Volvió a montar y azuzó a la yegua para acercarse más. Estando tan cerca de la entrada, casi sin amparo de edificios aledaños, podía ver con total claridad todo lo que ocurría dentro. Bebidas iban y venían, las mesas y sillas también volaban de un lado a otro, gritos, vidrios rotos, hasta zapatos vio pasar de un lado a otro. Aquello sí que se había salido de control. Y al aguzar la vista otra vez, notó otra figura femenina emerger a través del umbral, mucho más reluciente, mucho más llamativa. Los policías no tardarían en caerle encima. Esta vez se apresuró a acercarse, dispuesto a exponerse de nueva cuenta a la furia de los policías y agentes privados del Magisterio con tal de salvar a alguien.
—No hay tiempo, sube— le dijo a la joven, sacando el látigo para darle un azote en la frente a un agente que ya iba tras ella —, son muchos y no estamos en condiciones de pelear por mucho tiempo. Epona te ayudará a subir.
El látigo de huesos rechistaba una y otra vez al impactar con el cuerpo de los agentes, mientras la yegua iba bajando el nivel de su grupa para que la joven pudiera subir. La perforación en la espalda le molestaba sobremanera para ejecutar la maniobra de azotar, por lo que no sabía cuánto podía resistir hasta que finalmente los agentes pudieran caerles encima a ambos. Entonces recordó las piedras en su bolsillo. Metió la mano para tomarlas y, usando la pirokinesis, las lanzó en abanico contra los agentes que, comenzando a quemarse, se apartaron por un momento.
—¡De prisa! ¡Eso no los detendrá por mucho!
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Post by Monique Carlotta Bellerose on Nov 5, 2021 21:18:11 GMT
¿Aceptar la ayuda de un extraño o que los agentes la atraparan? Carlotta rodó los ojos. En este momento confiaba más de un extraño a caballo que los agentes. Pero había otro problema, su vestido no le permitía moverse con la facilidad que requería subir a un caballo, miró con un poco de desesperación al muchacho, pidiéndole ayuda, y solo rezó para que todo fuera bien. Subió al caballo, no sabía bien cómo, pero lo había logrado a pesar de tener un vestido algo incómodo para la situación.
Abrazó al extraño con fuerza. Era su primera vez en un caballo y, sinceramente, estaba asustada, no quería caerse, no quería hacerse daño y lo menos que quería era ser atrapada. Lo que más podía hacer, además de agarrarse, era cerrar los ojos para poder tranquilizarse, así como hacía cuando era pequeña. – Gracias… - Le susurró. Manteniendo los ojos cerrados, suponía que, si no veía a su alrededor, o lo rápido que iban, no iba a sentir miedo, tampoco quería que él saliera lastimado porque lo había asustado con sus gritos, o lo menos probable, que su agarre fuera tan fuerte que lo lastimara. – Me… Me llamo Carlotta. – Le dijo tartamudeando. - ¿Podríamos parar pronto? Por favor…
Esperó a que llegara a una zona que él considerara tranquila, y tan pronto como él le dio la indicación, se bajó con torpeza del caballo, limpiándose la ropa y arreglándose el cabello. Soltó una risilla de los nervios, mientras se abrazaba. – Gracias. Me has salvado la vida. – Exagerando un poco, le volvió a agradecer, acercándose para poder extender su mano. – Lamento hacerte detener, de verdad, pero sentía que me iba a caer… No tengo el mejor traje para andar en caballo. – Sus manos pasaron sobre su vestido, intentado hacerle ver su vestido y lo corto que era. – Jamás en la vida vuelvo a ir a una fiesta como esas. Solo de amigos. Y no vuelvo a ir a fiestas con vestidos. – Se dijo más a ella misma que al muchacho.
Después de tomar un poco de aire, se acercó al joven, llevándose su cabello hacia atrás de su oreja, intentando dar una vibra más coqueta, a pesar de que ya la había visto asustada y seguramente ya no era tan efectivo ser coqueta. - ¿Y quién es mi valiente caballero y su noble corcel? Ojalá pudiera pagarte ahora, pero todo está en mi casa y está algo lejos... – Le señaló hacia arriba, en dirección al Distrito Cielo, mientras hacia un pequeño puchero, intentando dar lástima. Lo invitaba a ir con ella, seguía algo preocupada porque la estuvieran siguiendo y quería a alguien que fuera más capaz de protegerla. Estaba más interesada por su seguridad que otra cosa. – Podrías tomar algo y yo te pagaría por llevarme hasta casa. Con dinero, comida o algo para limpiar heridas si tienes.
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Post by Lugh O'Floinn on Nov 7, 2021 19:43:56 GMT
Mantuvo la posición defensiva hasta que la chica logró acomodarse en la grupa de Epona. El látigo seguía ofreciendo una magnífica barrera, a la que también le había aplicado una ligera variante ofensiva: fuego. Alrededor del punto de extracción, había varios agentes del Magisterio tirados, ya inconscientes, ya heridos o simplemente revolcándose de dolor o intentando apagar el fuego. El pavimento e incluso las paredes de la fachada del club Le Vent también estaban marcados con vetas ardientes, producto del azote de fuego del látigo de hueso.
Solo cuando sintió el agarre de la joven rompió la defensa y, guardando velozmente el látigo otra vez, espoleó a la yegua para emprender la huida. Dos agentes intentaron cerrarles el paso, pero los cascos de Epona ardieron en fuego verde y ésta cargó contra ellos, llevándoselos por delante con fuerza y pisándole la pierna izquierda a uno de ellos.
—Hya!— vociferó al agarrar las riendas, apurando el tranco de la bestia — Ruith nas luaithe!
Estaba consciente de que la chica probablemente no entendía absolutamente nada de lo que él le iba diciendo a la yegua, pero no había otra forma de apurarla sino en gaélico. La velocidad aumentó de golpe y hubo de acomodarse para evitar que la inercia terminara derribando a la chica. Fue evidente que el zarandeo de la frenética cabalgata tenía aterrorizada a la muchacha y no podía culparla. Apenas habían logrado salir del club reventado por el Magisterio, iban huyendo de la policía y los agentes privados, atravesando el distrito Rojo, evadiendo a todo ser vivo (o no tan vivo) que se les cruzara. Pero debían detenerse un momento.
—Buscaré un lugar donde sea seguro detenernos— le respondió con suavidad a la muchacha, intentando hallar el sitio perfecto —. Y por cierto, mi nombre es Lugh. Es un placer conocerle, Carlotta.
Pronto aminoraron la marcha. Habían pasado del distrito Rojo al distrito Fauna y las zonas boscosas ofrecían una buena cantidad de refugios naturales y claros en los cuales descansar. Eligió uno que estuviera cerca del límite con los distritos Acuático y Cielo y detuvo a Epona, que comenzó a pastar casi de inmediato.
—No ha sido nada— dijo mientras desmontaba, tras verla bajarse —, tanto tu vida como la mía estaban en juego. Cualquier persona que arriesga su vida contigo es tu amigo, ¿no?
Tomó con suavidad la mano de la joven y la estrechó con cuidado, midiendo muy bien su fuerza. Apenas notando la factura del vestido de su joven acompañante, se habría ruborizado de haber podido, así que solo sonrió mientras entrecerraba los ojos.
—Supongo que solo tuvimos la mala suerte de que hubiera soplones— dijo amablemente, mientras abría la alforja de la montura —, pero fue simplemente divertido estar allí. Los solarios no diferencian entre ilusionismo solario y magia real selenita. Lo comprobé estando allí dentro. Los Cardinales sí que saben cómo divertirse, seguro que lo planearon durante mucho tiempo.
Entonces permaneció en silencio unos instantes. Rebuscó algo entre los objetos al interior de la amplia bolsa de cuero y al hallar lo que buscaba, volteó a ver nuevamente a la veela. Sus gestos, su tono de voz e incluso las palabras que empleaba le delataban como la clásica damisela en apuros, aunque probablemente estaba intentando usar sus encantos sobrenaturales en él para sacar algún provecho. Surtía efecto, no porque fuese débil a las habilidades y encantos de la muchacha, que no le eran indiferentes pero no necesitaban ser realzados; ni mucho menos porque él quisiera sacar provecho de la situación desventajosa de la chica. Había resuelto ayudar a alguien desde el principio, desde el momento mismo en que había logrado huir de la redada, ahora no podía dejar en medio de la nada a la única persona a la que pudo rescatar. Además, le parecía bastante atractiva y le había simpatizado.
—Somos Lugh O'Floinn y Epona, del distrito Fauna, aunque tras esta fiesta, consideramos buscar nueva residencia— bromeó, aludiendo al hecho de que seguramente le buscarían en la oficina postal o en su domicilio —, descartando los distritos Rojo y Dorado, que para ahora deben estar siendo barridos de cabo a rabo por el Magisterio.
Consideró la oferta de ir al distrito Cielo a ocultarse temporalmente y recibir una paga por escoltar a la joven. Consideró también el hecho de que les costaría una eternidad subir a Epona hasta allá usando el teleférico, pero resolvió con rapidez el entuerto. Sacó un par de cosas de la alforja y tras cerrarla, le dio una orden con un silbido y la yegua corrió a ocultarse entre los árboles lindantes al transporte que habrían de usar en adelante.
—Asumiendo que no le teme a las alturas pero sí a la velocidad, descarto de plano la idea de ascender por vías poco convencionales— dijo, al momento que abría un paquete, del que sacó una larga capucha de terciopelo rojo —, así que tendremos que evitar llamar la atención en el teleférico. Un vestido corto como el que traes nos delatará inmediatamente, así que... la capucha, que es casi para mi medida, te quedará como un abrigo, cubrirá lo que el vestido no es capaz y no correremos tantos riesgos.
Le extendió un par de zapatillas blancas, un cinturón de cuero negro y unas gafas de marco cuadrado sin cristales. Por su parte, se quitó el abrigo medieval que traía puesto para seguidamente quitarse la camisa ensangrentada. La herida en la espalda baja se veía espeluznante y aunque no le dolía realmente, sí le restringía ciertos movimientos. Por el resto de su torso y espalda se veían algunas magulladuras y cortadas menores, el hombro izquierdo dislocado y una esquirla de vidrio clavada en el pectoral derecho, que agarró cuidadosamente con la punta de los dedos y retiró de un tirón. Se puso una camiseta roja sin mangas y puso todo el disfraz en una bolsa de papel, que luego incineró.
—Ante cualquier pregunta sobre mis heridas, debemos decir que intentaron asaltarnos en el distrito Fauna. Dábamos un paseo por una área boscosa un poco alejada de la zona urbana y dos sujetos nos abordaron. Lograste alejarte mientras yo peleaba con ellos y te diste cuenta de mis heridas cuando te alcancé. ¿Correcto?
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Post by Monique Carlotta Bellerose on Nov 8, 2021 3:15:50 GMT
- Debes ser un chico malo si debes escapar. – Le susurró con una sonrisita, acercándose un poco más al cuerpo del muchacho, sus coqueteos iban a seguir hasta que escuchó decir que su vestido podía delatarlos, se puso las manos en la cintura y lo miró algo enojada. – Primero, ¡No tengo miedo a la velocidad! Solo no estoy acostumbrada a ir a caballo. Segundo, que mi vestido sea corto no significa que nos delate, ¿Qué intentas decir? – Pero tampoco puso mucho problema, no podía dejar ir su medio seguro de volver a casa, se puso la ropa que el muchacho le dio y sonrió, aprobando la situación. No estaba tan mal, no era su estilo, pero al menos la podía mantener algo caliente y no iba a sufrir por el frío.
- Oh, pero estas gafas no tienen lentes… - Lo miró con algo de preocupación, cambiando de tema. – No puedo ver muy bien sin ellas, voy a quedarme con las mías, a no ser que sean para t… ¡Oh, Dios! – Carlotta vio sus heridas y su sonrisa pasó a un gesto de malestar. No le gustaba ver heridas y las de él eran desagradables, ¿Eso había ocurrido en el bar? Entonces, ella había salido victoriosa, ¡Nada le había pasado además de que la agarraran a la fuerza! - ¿No es mejor ir a un hospital? Te ves… Mal. Terrible.
Y sin esconder su gesto, siguió observando su cuerpo. En su casa había un botiquín pequeño, ¿Cómo se supone que iba a ayudarle si estaba tan mal? Luego, se acordó que todo el tiempo había estado abrazada a él, empeorando sus heridas. – Ay, no, lo siento… Yo no sabía, hubiera buscado otra forma de sostenerme de ti. No sé, de tu pantalón o algo. ¿Te duele mucho? ¿Quieres ir a mi apartamento de todas formas? – Suponiendo que, con la historia que acababa de crear, era obvio que quería acompañarla. No hizo más preguntas. Tomó el brazo del mayor con sus manos, es un agarre delicado, donde no lo tocara bastante porque no había tanta confianza y empezó a guiarlo por la zona.
- Lugh…, gracias, por acompañarme. Y por sacarme de ahí. – Volvió a agradecerle, más tranquila. Estaba apenada por sus reacciones y por haberlo agarrado de esa forma, sin pensar que él pudiera estar herido. No quería mirarlo tanto a la cara. - ¡Ya sé! Le haré una cena, le dejaré mi cama para que descanse y podrá bañarse con todos los productos que quiera. Ya mañana temprano podrá ir a un hospital. Trate de relajarse esta noche. ¿Le gusta el vino? Tengo algunos guardados…
Carlotta hablaba demasiado. No había soltado la charla en ningún momento y solamente se le ocurrían más y más cosas de las que hablar. El tiempo para ella había pasado con rapidez, incluso ya habían llegado a su estación y estaban esperando por el transporte, que no tardaba en llegar. - … Y por eso trabajo como secretaria en la revista. La moda me apasiona. Si necesitas ir super presentable y con lo último a alguna reunión, deberías contactarme.
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Post by Lugh O'Floinn on Nov 13, 2021 14:21:59 GMT
Podía pasar por alto cualquier protesta y juzgando por la situación recien experimentada por ambos, sabía que no iba a durar demasiado. No se iba a enfrascar, por lo tanto, en ninguna discusión con la joven, o al menos no en lo tocante al atuendo que le había entregado.
—No podemos ir a ningún sitio que requiera identificarnos— respondió con cuidado, eligiendo palabras con prudencia —, acabamos de huir de una redada importante. Los agentes que nos vieron estarán buscando ciudadanos con nuestras características. Saben que varios huyeron heridos, así que los hospitales son la emboscada ideal.
Quizá la chica pensaba en exceso las cosas. Era probable que jamás conociera antes un dullahan, que no supiera mucho sobre ellos o algo así, por lo que no podía culparla por buscar desesperadamente tantas soluciones. Se limitó a acariciarle suavemente una mejilla con un dedo, ocultando así de su vista la herida más grave.
—Lo primordial ahora es calmarnos, Carlotta— le dijo, justo cuando la fogata en la que había quemado su disfraz se terminaba de consumir —, no siento dolor, solo una molestia para hacer ciertos movimientos. Tampoco me dieron en ningún punto vital, así que supongo que solo fue un susto.
Pero parecía que no había caso. Agradecía que la joven se preocupara tanto, aunque le mareaba esa búsqueda incesante de alternativas. Y ante la falta de tiempo y lo apremiante de la situación, se dejó guiar por la zona. La conversación fluía con rapidez, pese a que gran parte se basaba en disculpas y sugerencias para compensar el rescate, pero no podía quejarse. Aquella joven estaba dando lo mejor de sí para agradecerle y él lo apreciaba en demasía.
Habían ya incluso entrado a la estación del teleférico y esperaban en el andén la llegada del vagón que les subiría al distrito Cielo. De algún modo, la charla había ido tomando rumbos algo distantes a la temática original -que bien le venía eso por el momento- y poco a poco se había ido relajando. No era un gran conocedor de moda, aún después de pasar tanto tiempo dando vueltas por París, sin embargo era capaz de distinguir algunas marcas reconocidas. De hecho, su chaqueta de cuero favorita era una Phillipp Plein y le había costado un verdadero dineral.
—¿Sabes? Parece mucho trabajo ir y venir desde París a Mistery City— le dijo de pronto, mientras observaba la llegada del vagón —, yo trabajo en Encomiendas Sleepy Hollow. Podrías montar tu tienda de ropa aquí, en "Ciudad Selenita" si aún no lo haces y yo podría traer los embarques de ropa y accesorios.
Entonces el vagón del teleférico se detuvo ante ellos. Abrió la puerta del compartimiento y le permitió a su acompañante subir primero. Luego de subir él, cerró la puerta tras de sí y se acomodó en uno de los asientos. Al fin podía relajarse un poco y la quietud con la que el carro avanzaba hacia el distrito Cielo evitaba que perdiera más sangre. Tardaría un tiempo en sanar del todo, pero esa calma le era beneficiosa para -al menos- la detención de la hemorragia.
—No es una idea descabellada ser socios— susurró, más para sí mismo que para la chica —, considerando que muchos selenitas aún gustan de ocultar sus verdaderas apariencias incluso en Mistery City.
Entonces se acordó de algo que no había arreglado antes: cruzó su brazo derecho para agarrar el hombro dislocado y, tras inspirar hondo, forzó el hueso a retornar a su posición natural en la articulación. Las venas de su cuello se marcaron como relámpagos rompiendo en una noche oscura y tras unos instantes, por fin soltó el hombro y se atrevió a levantar el brazo recién reparado.
—Nunca intentes rodar por las escaleras— bromeó mirando fijamente a la chica, esbozando una sonrisa maliciosa —, te dolerá muchísimo si no eres un espectral, como yo. Aunque no puedo decir que esto no me haya dolido, ese poli naga me la jugó bien fea.
Entonces por fin soltó una risa espontánea. Había recordado todo su entrevero con el policía y decidió contarle cómo había sido todo. Que lo había enfrentado en los sillones, que había huido después de golpearlo con una silla y que este le había hecho rodar por la escalera lanzandole una mesa, que su cuerpo había ido a parar al sótano y su cabeza había quedado en poder del policía porque su inmaterialidad se activó a medias, que mordió al policía por tirarle las orejas y que este le había devuelto la cabeza involuntariamente al darle un puntapié.
—Hice una atrapada de rugby, como las que hacen los jugadores solarios cuando el balón viene muy alto. Me mareé con tanta vuelta que dio mi cabeza y el puntapié me dejó muy aturdido, pero logré escaparme así. Que diablos, muero por una botella de whiskey.
Por supuesto, había omitido todo lo previo a la redada del Magisterio. No iba a revelar nada que se pudiera considerar "sucio" o "inapropiado" y hasta antes de la interferencia policial, había estado a punto de besuquearse con su ligue de esa noche, una solaria disfrazada de Elizabeth Báthory. Le habían arruinado la noche hasta ese momento; ahora no estaba seguro de decir lo mismo. Se estaba divirtiendo bastante conversando con Carlotta pese a la mala situación en que ambos se hallaban ahora. Por lo pronto, el teleférico tardaría un rato en llegar a la estación del distrito Cielo.
—Si el negocio va bien— retomó el tema anterior, solo porque se le había ocurrido otra cosa —, incluso podríamos poner una sucursal en el distrito Dorado y hasta en el Rojo. ¿No crees?
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Post by Monique Carlotta Bellerose on Nov 16, 2021 3:29:44 GMT
Carlotta intentó controlar sus nauseas al ver cómo ponía en su lugar su brazo. Verlo reírse de esa forma la dejó aun más fuera de lugar y solamente se pudo abrazar como si tuviera frío y reír, incómoda. Cuando le contó bien qué había sucedido, Carlotta pudo reír con más seguridad, pero le seguía pareciendo extraño cómo se reía después de haber hecho algo tan… Asqueroso. Pero suponiendo que era un dullahan, ni siquiera le dolía o producía asco como a ella.
- ¿Hm? – Había intentado ignorar su posible negocio con él, pero ya no podía hacerlo más. – No. – Le sonrió. – Me gusta ser secretaria. Y no soy lo suficientemente creativa o buena como para hacer mi propia marca. Además, el mercado es muy competitivo y mis probabilidades son bajas. La revista en la que trabajo ha crecido mucho en poco tiempo y he podido comprar toda la ropa y joyas que quisiera, vivo en un buen lugar y mis mascotas están bien cuidadas y mimadas. También, mi jefe me tiene mucha estima y no creo que me saque en unos años.
Carlotta se acercó y puso sus manos en el cuello del muchacho. Hizo que el muchacho la mirara, se acercó un poco más a él y le besó la mejilla, mientras le sonreía. – Pero cuando no tenga trabajo, correré hacia ti para, si todavía quieres, empezar un negocio. – De nuevo, le agradecía. Pero esta vez, con un poco más de confianza. Él le había acariciado su mejilla con un dedo. Uno. A ella le gustaban las caricias que involucraran mucho más que un dedo.
Deslizó sus manos hasta que se conectaran detrás de la nuca del muchacho y lo llevó hacia ella, abrazándolo. Se relajó un poco más, dejando que un poco de su peso cayera en él y ella pudiera descansar en algo más cómodo que el espaldar de la silla. Después de varios minutos de tranquilidad, después de pelear y huir de agentes, ir en un caballo y ver heridas, estaba completamente agotada. – Hm… - Suspiró, alejándose de él. Ya debían bajar, y por mucho que quisiera seguir haciendo que él cargue con ella -aunque ahora en una situación más tranquila, no sobre Epona-, sería bastante pasado por su parte.
Carlotta volvió a tomar la delantera y tras varios minutos, porque afortunadamente vivía cerca del teleférico, llegaron a su edificio. Ambos subieron por el ascensor hasta llegar al cuarto piso y llegar al apartamento 404. – Tengo dos perritos, así que sé cuidadoso. No les vayas a pisar una patita o la cola. – Y apenas entraron, ambos perros empezaron a saltar sobre la chica y luego sobre alguien que les interesaba más: Lugh. Entre una combinación porque olía a Epona y porque era un desconocido, los perros no lo dejaron pasar con tanta facilidad. Y mientras Chupito y Stanley hacían su reconocimiento, Carlotta sirvió un poco de whiskey y vino, para llevarlos a la mesa de la sala. – ¿Me podrías esperar? Iré a cambiarme de ropa y a traerte algo para cuidar tus heridas.
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