Post by Keos on Jan 30, 2022 6:53:53 GMT
Desde la noche anterior el noticiero parisino anunció un día nublado con más del 80% de probabilidad de precipitaciones en la mayor parte de la ciudad, ergo, llovería. Por lo tanto, no era extraño ver a tanto hombres, mujeres e incluso niños con paraguas, impermeables e incluso botas de lluvia; todos habían visto el noticiero meteorológico, excepto una pequeña de corta edad, quien de haber sabido que llovería quizá no se habría arriesgado a salir a su caminata diaria.
El cuerpo pálido de la niña tembló bajo unas tejas de un puesto de revistas, abrazándose a sí misma ya con las calcetas altas y viejas mojadas, así como sus zapatitos y parte de su cabello grisáceo. Estaba casi convencida en regresar a casa, pero para su mala suerte ese día era aquel en el que ese hombre volvería a ese lugar para emborracharse y golpear a su madre. Sabía cómo terminaba eso, y no quería estar en fuego cruzado por ninguno de los dos, que bajo las drogas y el alcohol parecían perder cualquier rastro de humanidad.
Deambularía sin rumbo por las calles de no ser que tenía un nuevo punto favorito al que ir en esa ciudad. Su ánimo subió un poco al recordar a su amigo, quien seguramente la regañaría por estar afuera de nuevo, mojada y fría, pero que de todas formas la aceptaría, le daría su abrigo para mantenerla caliente y le compraría un chocolate, como últimamente solían hacer cada que Keos terminaba su turno. Así pues, comenzó a caminar hacia la agencia, sin darse cuenta de que una figura la seguía de cerca.
Se detuvo un poco al sopesar el camino que podría tomar, no estaba tan lejos del sitio, pero bien podría tomar un atajo. Era solo un callejón, de esos que siempre tomaba para acortar distancia y de los que se sabía de memoria luego de un tiempo estando en las calles. No fue difícil decidir, así que se encaminó rápidamente, saltando charcos y evadiendo ratas que corrían hacia las alcantarillas. Quizá se entretuvo demasiado en su mente de niña, porque su vista se vio interrumpida por una sombra alta, alzando la vista hasta encontrarse con un rostro desconocido.
— Hola, querida —le saludó el hombre con un aliento fétido, su voz le hizo sentir extraña, como si hubiera algo peligroso en ella, así que dio un paso atrás, a lo que él sonrió—. Oh no, no temas, soy un buen amigo de tus padres, ¿Por qué no me acompañas? El día está muy feo, y tengo dulces en mi auto, ¿Qué dices?
No respondió, tan solo se limitó a negar con la cabeza, dando otro paso hacia atrás mientras sus labios comenzaban a temblar.
— Vamos, no tengas miedo, yo te llevo a casa y puedes poner la música que quieras, anda, te vas a divertir —le aseguró con una perversidad que le heló la sangre, ese tipo no estaba diciendo la verdad, así que echó a correr—. HEY, PEQUEÑA PERRA, TE DIJE QUE VENGAS.
Tan pronto la persiguió no tardó en prensarse de su bracito, soltando un largo grito de terror mientras pataleaba.
— ¡Suélteme! ¡Viejo horrible! ¡Déjeme sola! —lloró golpeando su mano, la cual parecía una garra que no la dejaba ir, y le lastimaba por lo fuerte que la tenía sujeta, le hacía daño—. ¡No! ¡No!
— ¡Cállate! Debiste hacerlo por las buenas —rió de tal forma que soltó un sollozo.
— Keos, ¡Keos! —comenzó a gritar, a llamarle, estaban a punto de sacarla del calleón—. KEOS.