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Post by Stéphane Gauthier on Mar 10, 2022 23:59:43 GMT
Aunque no gustara de admitirlo, era muy consiente que en temas sociales era pésimo. Claro, tenía el porte, la voz y presencia para dar un buen discurso, ¡incluso era excelente escribiéndolos! Pero muchas veces lo habían tachado de frio y seco, poco accesible ante los miembros de su distrito, ¿y por qué? Todo por su expresión seria y su ceño fruncido.
Pronto tendría un evento en el distrito Noche, sobre un apoyo a personas de la tercera edad. Y quería darles una apariencia de confianza, que su sonrisa les inspirara seguridad. Hacerles saber, con su semblante y no solo con palabras, que él estaría ahí para ellos.
Así que no quedaba de otra que recurrir al mas experto en temas sociales de toda la Flor de Lys: su novio, Gael Chevalier. Él sin duda le ayudaría a ensayar su discurso y le daría tips sobre cómo desenvolverse delante de ellos. Además, podría aprovechar para recibir algunos cariñitos y quizás hasta lograría arrastrar a Gael en busca de una merienda.
Confiado, fue directamente a la oficina de Gael, con su carpeta en mano e incluso cargando con su capa por sí lograba convencerlo de salir. Sorpresa al no encontrar a nadie, ni siquiera a su secretaria. ¿Habrían salido a algún encargo? Bueno, él podría esperar y mejor aun, dentro, así podría darle una sorpresa.
La puerta no estaba cerrada, la mayoría de las oficinas permaneciendo abiertas en horario laboral. Luz en todo el lugar, las cortinas estando sin correr. Al instante ladeó la cabeza y arrugó la nariz con molestía; bueno, debía esperarlo, su novio no era un ser espectral o oscuro, aunque fuera un animal nocturno.
Dejó su capa en el perchero y su carpeta sobre el escritorio, mientras él se apropiaba de la silla giratoria. ¿Era ergonómica?, ¿desde cuándo había cambiado? Un gusto de rico, de seguro.
Ahora solo debía esperar… pero hacía hambre, ¿Gael tendría chocolates? Jugueteó con sus dedos, tamborileándolos contra la madera. No fue mucho mas de un minuto, para que decidiera a abrir el cajón inferior izquierdo del escritorio, encontrando una caja de trufas de chocolate, ¡el premio mayor!
La caja parecía estar atorada, así que empujó los dedos de su otra mano por detrás de ella para librarla de cualquier cosa que estorbara. No tardó en ceder, pero al mismo tiempo, salió con él algo más.
Una libreta de pasta dura, decorada con la imagen de Hello Kitty y a rebosar de brillos rosas y estrellas. Un candado genérico ya hacía manteniéndolo cerrado. Aquel era el diario de Gael, el mismo que había leído tantas veces a escondidas y que prometió no volver a tocar después de iniciar su relación con la lechuza.
Tentación.
La sombra que hacía la silla se movió, estirándose hasta tocar el candado y adentrándose a la pequeña rendija. No es que pudiera abrir cerraduras, simplemente aquel era un cerrojo genérico y corriente; con algo de fuerza se podía abrir sin problema.
… ¿Él había controlado la sombra? Se dijo que fue de manera inconsciente, ¡incluso una casualidad! Como también lo fue el que las misma sombra abriera el diario y lo dejará en una pagina al azar.
También sería una coincidencia si su mirada pasaba por las paginas de tonos pasteles y leían por mero accidente lo escrito, ¿verdad? ¡No!, ¡no debía! Eso estaba prohibido porque era invadir la privacidad de su novio.
Su ojo logró captar en la caligrafía de Gael y con eso tuvo para decidirse. La sombra cerró al instante el cajón y abandonando las trufas sobre el escritorio, él se lanzó con todo y diario al sofá más cercano, poniéndose cómodo para leer un par de días en la vida del Magistrado del Distrito Cielo.
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Post by Gael Chevalier on Mar 12, 2022 1:53:04 GMT
La mañana de Gael había sido exageradamente caótica. Desde que fue elegido como Magistrado suplente para el Distrito Dorado, no podía tomar descansos, necesitaba visitar a personas importantes del sector de aquel distrito y o podía faltar las necesidades existentes en el propio a la hora de su participación en el tribunal.
Era horrible y la lechuza sabía que necesitaba un descanso. Se le antojó pasar un momento tranquilo yendo a la cafetería del magisterio para solicitar un pastelillo o quizás algo de la máquina expendedora del segundo piso. Lo que fuera si eso le permitía tomarse un momento sin que su secretaria lo atormente con los deberes aun sin terminar.
Quizás podía darse una vuelta a su oficina y saludar a Stéphane. Sí, quizás esa era una buena idea. No lo vio después de esa mañana cuando ambos caminaron directo a su lugar de trabajo. Esa era la rutina: levantarse temprano, preparar el desayuno para ambos, terminarlo con un café casero preparado con amor, caminar hasta su lugar de trabajo (o en su defecto pedir un bici-taxi); al llegar, poco antes de ingresar a su oficina se despiden con un beso en la mejilla y en los labios y cada quien se retiraba a su propio lado a hacer lo que tuviera que hacer.
Sí, amaba esa rutina. No había sido tan feliz desde que él y Stéphane decidieron salir juntos. De solo pensar meses atrás que así habría conseguido su completa felicidad, se habría reído.
Tomó su maletín para evitar que su secretaria cargara siempre con sus cosas y alzó una mano para despedirse apenas ingresó a la entrada principal de la Flor de Lys.
—Adelántate y busca a Obsidian en su oficina: trata con él los asuntos relacionados al derrumbe —solicitó, una sonrisa suave formándose—. Tengo que ver a mi novio.
Y así fue. Quizás su linda secretaria no estaba tan contenta con la cantidad de trabajo a realizar con el encargado del Departamento de Asuntos Ciudadanos, pero era lo que se podía hacer. Gael Chevalier, pese a ser un hombre perezoso, había trabajado demasiado y necesitaba recobrar energías con su amorcito.
Comenzó a cantar por lo bajo "Everybody" de Backstreet Boys, sus manos en busca de su cartera para comprar algo rico en la máquina expendedora.
Tomó el elevador y minutos más tarde estaba en el piso de los magistrados, el segundo más alto sin tomar en cuenta el piso del jefecito, el Supremo Magistrado.
—¡Cariño! ¿Adivina quien llegó por ti? —La habitación era oscura. Las cortinas estaban cerradas, sin permitir el paso de ninguna luz. Solo estaba una pequeña lámpara sencilla que no iluminaba casi absolutamente nada. Entendía que Stéphane era un ser espectral, pero, ¿acaso no cansaba su vista?; decepcionado resopló y dio la vuelta para retomar su camino hasta su oficina. Era la continua y tenía que caminar—. Supongo que las cosas no salen como uno quiere.
Y quizás así era. En su oficina, a solo unos metros de distancia Stéphane leía un capítulo del diario de su vida. En particular, un capítulo algo embarazoso para la lechuza:
La siguiente hoja no tenía tanto texto, pero se podían encontrar dibujos con corazones.
La puerta fue abierta, Gael tuvo que empujarla con un hombro para pasar, sorprendido de encontrarse a Stéphane en su sillón con esa libreta en mano.
—¿Stéphane? —Lo mencionó por inercia, un reflejo ante la sorpresa llevada—. ¡Ci-Cielo! ¡Wow! Pensé que estabas en algún otro lugar... ¡te busqué en tu oficina y no estabas! —Se sintió nervioso por un momento. Sacudió su cabeza y una sonrisa de oreja a oreja fue mostrada; podían verse sus dientes blancos como perlas—. ¿Qué haces leyendo eso? Pensé que lo habías dejado de hacer. —Se acercó al centro de la habitación. La oficina de Gael tenía espacio como la de todos los magistrados, siendo la suya decorada con algunas plumas en las paredes, una tradición donde permanecían las plumas de los alados que se volvieron magistrados con el paso de los años; un librero viejo donde tenía en perfecto orden libros de derecho, algunos ya antiguos y otros más recientes; una alfombra que abarcaba gran parte de la estancia, tres sillones color caoba rodeando una mesa de centro y, hasta el fondo su escritorio que observaba de frente, hasta la pared continua, una enorme televisión.
Cerca de la puerta estaba un gancho para colgar sus abrigos y ahí depositó el suyo.
—Te traje un bocadillo. —Levantó consigo un pay en su traste de plástico—. No encontré nada en la cafetería y fui a las maquinas. Si no te gusta, te puedo dar de mi tarta de fresa.
Se acercó lento para depositar los postres en la mesa de centro. Gael la rodeó y seguido de eso tomó asiento junto al pelinegro; una de sus manos la acercó y acomodó un rebelde mechón negro tras la oreja del Shadow Walker.
—¿Estás bien? —Inclinó el cuello, no solo para ver lo que su pareja leía, sino para notar en su rostro cualquier molestia en particular—. ¿Mi cielo?
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Post by Stéphane Gauthier on Mar 15, 2022 7:18:01 GMT
Las entradas que leyó resultaron en alegría para su corazón; los sentía como halagos y provocaron risas cargadas de deleite con cada palabra. Aunque en esos textos se hablara de una época pasada en donde Gael lo odió, no podía traerle mas que dicha, al saber que ahora era distinto.
La mención de Hester, si bien trajo consigo una pizca de incertidumbre, no fue amargo. Sabía que Gael amó a esa mujer y quizás ese sentimiento viviría por siempre, pues fue una parte importante de su vida, mas no era una competencia y sabía que ahora el corazón de la lechuza le pertenecía.
Resultó desconcertante el saber que aquella era la ultima entrada en el diario de Gael y aparentemente la última. ¿En serio se sentía tan feliz a su lado cómo para no volver a escribir en él?, ¿y si había momentos tristes en su relación?, ¿peleas?, ¿malentendidos? Deseaba con todo su ser que no fuera así, que jamás ocurriera, pero él tenía pocas experiencias en el amor y su relación mas formal del pasado, había esto llena de malos tratos y batallas.
Al abrirse la puerta, no hizo ningún intento por esconder el diario, viéndose descubierto. Su mirada pasó a su novio casi al instante, notando sus cabellos ligeramente revueltos y un rostro agitado; un día cansado sin duda, como lo serían los siguientes por todos los problemas dentro de la Flor de Lys.
—Lo encontré por ahí —lo cerró, para después dejarlo sobre la mesita de café—. Dejas tus cosas por todos lados y soy curioso por naturaleza… ¿me extrañaste?
Sus palabras eran un juego, tratando de esconder la invasión a la privacidad de Gael, aunque como podía notar, no había enojo por tal acción.
Se empujó con sus manos para ponerse de pie; ayudó a tomar la comida y bebidas para dejarlas a un lado y tener por fin libre a Gael para él. Un abrazo fue lo que buscó, pues después de leer lo que trajo felicidad y un poco de aflicción, necesitaba de su calor.
—Eres tan romántico, Gael —le susurró en el abrazo—. Aun cuando nadie lo puede ver —y le soltó, porque los cafés se enfriarían y sabía que la lechuza era de gustos exigentes.
Lo invitó a sentarse en el sofá, no sin antes cerrar apenas un poco las cortinas para no solo sentir comodidad por la oscuridad, sino para tener privacidad entre ambos. Los chismes corrían velozmente y aunque su relación no era un secreto, tampoco era feliz con narices inmiscuyéndose en sus vidas.
—Siempre me pareció curioso tu diario —dijo al sentarse a su lado—. La primera vez que lo encontré, pensé que era una broma —tomó uno de los vasos de café; era amargo, justo como a él le gustaba—. Pero fue…
¿Cómo decir lo que quería? No iba a admitir que se sintió conmovido por ello, ya que, aunque no debía haber vergüenza en esa relación, tampoco se sentía completamente listo para romper su fachada de indiferencia.
—Me costó entender lo que sentías, desde que éramos niños —con la mano sobre el sofá, extendió su meñique, esperando que entrelazara el suyo—. Es decir, sabía que estabas enojado conmigo y que era de tu desagrado; fue lo mismo en todo el resto del tiempo, pero no fui capaz de saber cómo te hacía sentir el trato de tu madre hacía mi o incluso mis logros; lo supe hasta conocer tu diario, solo así pude distinguir tus emociones reales.
El porqué de decir eso no era claro en su mente, pero abrirse con Gael era más sencillo de lo que pensó y sus palabras salían sin siquiera ser razonadas en su cabeza. Así que siguió hablando.
—Comencé a ir a terapia, ¿sabes? —claro que no, lo había mantenido oculto de todos, a excepción de la pareja del vecino, pues de ahí había obtenido la recomendación—. Quiero ser mejor para ti y ese es el camino… supongo —apenas habían sido menos de media docena de sesiones; no sabía qué esperar—. Pero he hablado de ti, mucho… demasiado y por tanto, también comenté de tu diario —no apartó la mirada, pues no quería asustar a Gael—. Es una buena fuente de desahogo… ¿seguro que no quieres seguirlo? Puedo comprar uno nuevo para ti.
Podría explicar las razones tras ello; sus paranoias sobre una vida posiblemente no feliz como la que tenían en ese momento, pero serían puras conjeturas de un futuro distante.
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Post by Gael Chevalier on Mar 26, 2022 17:49:43 GMT
El abrazo de Stéphane era reconfortante, no había mayor sitio seguro que sus brazos y por inercia, ante el contacto, Gael lo abrazó con mayor fuerza y enterró su cara en el hueco de sus hombros y cuello.
—Sí, te extrañé. —Lo apretó con fuerza. Hubiera querido permanecer así para siempre. Los cafés no se mantendrían calientes.
Lo siguió hasta el sofá, ahí sentados, uno al lado de otro, Gael se limitó a tomar su café y a abrir uno de los paquetes de galletas para comer en lo que se dedicaba a escuchar a su pareja. Pequeñas migajas caían sobre su traje y algunas permanecían al rededor de su barba. Gael era como un niño: un desastre para comer cosas polvorosas porque llenaba de polvo por todas partes; poco eso importaba al notar a Stéphane abrirse ante él, de lo que le generó bienestar y lo que le afligía. A sus ojos, cuando eran niños, Gael veía a Stéph como un chico arrogante, ¡que sí era! y que la mayor parte de las cosas lograba que todo le saliera bien. La madre de Gael solía a decir que él era como el hijo que nunca pudo tener y eso, con los años, fue imposible para la lechuza sentir que estaba en una constante competencia con el pelinegro.
Y quizás sea verdad, lo estuvieron, pero ahora ya no había nada por lo qué competir.
—Oh, mi amor... —Estiró lento su brazo para juntar sus manos. Primero entrelazó su meñique y luego procedió a tomar su mano: antes dejó la comida y el café en la mesa de centro, limpio su boca llena de migajas y con ambas manos puestas en la de Stéphane, la levantó para entregar un beso en el dorso. Stéphane tenía manos suaves, y las marcas de haberlas usado para trabajar eran notorias. Gael recordaba algunas cicatrices cuando ellos formaron parte del DAS—. Me alegra tanto que estés yendo con un profesional para atenderte. Sabes que puedes comentarme lo que sea, pero si de verdad sientes que es difícil, entonces no dejes de ir a terapia.
No detuvo las caricias de su mano, más la última pregunta lo tomó por sorpresa. Por un segundo levantó ambas cejas y apenas su vista hizo contacto con la del magistrado, comenzó a negar lento con una suave sonrisa.
—Sí, puede que lo retome en algún punto, pero no será en esa libreta. —Apuntó el objeto con el mentón: su diario de Hello Kitty con brillitos sobre el gato blanco—. Ese es el diario y la puerta de mi viejo yo con Hester. Tengo que quemarlo para cerrar por completo ese ciclo, porque es un recordatorio de una pérdida que, por muy bella que fuera esa etapa de mi vida, sigue siendo algo doloroso.
Como si esas caricias no fueran suficientes. Se acercó más hacia su novio y junto sus labios con los de él por un par de segundos. Aún los tenía tan suaves como él los recordaba la primera vez que los probó.
—Ahora eres tú mi más bella etapa de mi vida —confesó apenas sus labios se separaron, sus frentes juntas y con una de sus manos sosteniendo la nuca de su amado—. No necesito de diarios, ni tampoco requiero guardar secretos —continuó, una sonrisa elevándose de poco en poco—. Soy un libro abierto y todo lo que quieras saber te lo diré, amor mío. Eso te lo prometo.
Continuó bebiendo su café y a seguir comiendo mientras era su turno de hablar sobre todo lo que hizo en el día. Contó sobre sus reuniones con la gente más poderosa de esa ciudad, habló sobre su agotamiento al tener que asistir a juzgados en su distrito de personas solicitando que se tomen represalias contra los responsables del derrumbe y otros que siguen siendo víctimas de robos por parte del distrito vecino, el Noche.
Miro con unacara de disculpa ante eso, pues su novio era consciente sobre ese tipo de problemas. Más pronto hallarían la solución adecuada. Ya tenía una idea, solo necesitaba perfeccionarla y la comentaría en esos días.
—¿Sabes lo que podríamos hacer hoy? —Su café ya estaba vacío. Dejó el envace y el paquete de galletas acabado sobre la mesa de centro y, con una mano, hizo caminar su dedo índice y anular sobre las piernas de Stéphane, empezando por la rodilla—. Tengo antojo de ir al cine, de ver la ciudad de París y alejarnos un poco del desastre de Mystery City. —El camino de sus dedos se elevó por el abdomen del pelinegro y se detuvo en el cuello de su camisa, la jaló poco y miró coqueto a su pareja en espera de alguna reacción—. Podríamos ver a mi encantador Robert Pattinson, despejar la mente y dormir por una noche en nuestro viejo departamento. ¿Qué dices?
Esperaba que aceptara, pues esos días llenos de trabajo extra agotaban a Gael y deseaba con todas sus fuerzas tomar un descanso, más no en el domo sofocante que era Mystery City. No deseaba ver una noche falsa: quería una de verdad.
—¿Por favor? —puso su mejor cara de súplica y se acercó más a su novio, su mejilla acomodándose en su hombro—. Me estoy muriendo de estrés y quiero pasar tiempo contigo. En ese departamento no tengo a ninguna Alexa —una mentira pequeña, pues solo quería convencer a Stephane de acceder—. ¿Podemos?
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