Post by Aisling Mcmurray on Apr 20, 2022 23:14:56 GMT
Tenía cinco días para hacer todo eso, para dar ese brinco enorme en su vida. Tenía el tiempo contado, y haciendo un buen itinerario, planeado a detalle, se dispuso a salir de Mistery City sin decirle a nadie que se iba. Llevaba consigo una maleta de mano y poco más, sus audífonos en todo el trayecto en tren a Calais, donde tomaría un Ferry para cruzar a Inglaterra.
Durante esas dos horas, sólo pudo pensar en todo lo que había dejado atrás. En rostros y voces y en un idioma que había sido suyo desde que nació. Llevaba consigo las experiencias de esos últimos meses y la esperanza cosechada de toda una vida. Apretó el papel donde tenía anotada la dirección a donde llegaría, en Glasgow... en donde esperaba su padre.
El transporte por tierra sería más tedioso, pero estaba dispuesta a ello. Quería volar, como en la película de Amelia Earhart... fantaseaba con ello, pero en esos momentos, lo mejor era no llamar la atención así, y sentada en el tren, sólo fantaseaba con ser como los gorriones que aleteaban junto a su ventana en el desfiladero. Ella era un fénix, si, atrapado siempre por la percepción de los Solarios. No podía volar, ni moverse como llamarada, no allí, donde podían verla.
Recordó a William, con la película que le había prestado. Recordó los aviones a escala dispuestos en esas repisas, cuidados y desempolvados con una devoción particular. Recordó la emoción de cuando le habló de esos modelos, las chispas saliendo de sus ojos. El volar era algo que emocionaba a muchos, pero que apasionaba a pocos. En su caso, no era una pasión como tal si no un sentimiento de añoranza. Algo que nunca había hecho pero que deseaba hacer como si lo hubiese hecho antes, volar como un ave migratoria, llegar a un sitio donde quedarse, sentirse libre, sin ataduras. Era difícil no sentirse así, habiendo vivido lo que había vivido. Sentía que arrastraba un grillete, se sentía rodeada de barrotes. Las palabras de su madre retumbando en su memoria.
Aisling había subido al ático esa tarde. Era un otoño temprano, de esos tranquilos donde apenas llueve y donde refresca sólo por las noches, y las hojas aún no pintan de rojo y naranja ni caen de las copas al suelo. Aisling tiene un motivo, necesita encontrar una grapadora, y sabe, o cree saber, que hay una en una caja, debe haber una en una caja, allá arriba. Sólo necesita una grapa para su ensayo, no quiere entregarlo con las hojas sueltas.
La escalera descansa de la entrada al suelo y ella está de pie en ese piso de madera antiguo. La última vez que subió a ese sitio había sido hacía años, y es que no se suele hablar de ese lado de la casa, y por lo general no hay nada que ver allí.
Así pues, dispone a buscar entre cajas, papeles viejos y ropa antigua, aquella que fue de ella y que su madre se niega a tirar o a regalar. Antiguos juguetes que aun puede recordar vívidamente en el agua de la tina en su antigua casa en Cannes, cuando tendría apenas unos tres años. Se distrae por horas, viendo fotografías, algunas enmarcadas y otras en álbumes, y en todos los álbumes hay algunas faltantes, con las marcas del pegamento insinuando su desaparición.
Junto a las fotos hay cajas con más cajas, cajas que contienen VHS y DVDs antiguos, y al fondo, una videocasetera para ambos formatos, y al fondo se hallaba aún esa televisión antigua. Aisling conectó los cables a la corriente y la videocasetera a la televisión, pasándose el resto de la tarde sentada allí viendo antiguas tomas de su vida de infante, con una persona en particular llamando su atención: su padre.
El hombre ausente de su vida al que recordaba siempre amable, siempre dulce. Lo recordaba cantándole canciones de alta mar y llamándola songbird como cariño, con su fuerte acento escocés. Recordaba dormirse en sobre su pecho y la voz tranquila de su madre cuando hablaban. Su mano fuerte tomando la suya, pequeña y blanca en ese momento, su cabello rojo encaneciendo apenas en las patillas. Recordaba sus cejas espesas y la forma en que enmarcaba su rostro, pero verlo moverse... verlo hablar allí, retratado en una película... Aisling sintió sus ojos llenarse de lágrimas, sentía como si le hubieran perforado el pecho con metal al rojo vivo. No se soltó a llorar, sin embargo, hasta que no encontró un cartucho sin ninguna insignia en la etiqueta. No había palabras ni fecha ni nada, estaba sola, y lucía relativamente más reciente que las demás.
Al ponerla, la sorpresa era que aquella grabación fuese sólo de él, de su padre, Hugh, como le llamaba su madre. Pensó en que de hecho nunca la escuchó decirle amor, cielo, querido. Siempre había sido Hugh. Pero para ella, él había sido papá, papi, y para él, ella había sido songbird. Y viendo al a cámara, su padre suspiraba, en un escritorio con algunos documentos frente a él.
––Lo que voy a decir está avalado por mi abogado. ––dijo, su voz sonaba fría, extraña. ––Para cualquier duda, su contacto es Richard Sawyer, XXXX-XXXX ––tragó saliva, y poniendo los documentos en la madera comenzó a hablar. Su voz se había vuelto distinta, cálida, suave. ––Aisling. Este es un mensaje para ti. Justo ahora estamos en una pelea legal que no debería tener lugar. No es tu culpa. No puedo verte, por motivos que me son ajenos y que no puedo controlar. Quisiera poder estar contigo. Quisiera poder continuar viéndote, pero hay cosas, personas, que no lo van a permitir. Estoy peleando por cambiarlo, pero no sé si el resultado sea el que espero. Quiero que sepas que te amo, que no es mi deseo alejarme de tu vida, salir de ella, pero si tiene que ser así, si no hay otro camino, sólo espero estés consciente de que siempre me tendrás para ti. Si las cosas siguen el curso que tienen justo ahora, cuando hayas cumplido mayoría de edad podrás buscarme, si es tu deseo. En todo caso, espero que eso no sea así, espero que justo ahora estemos juntos, espero que esta cinta no haya llegado a ser. Pero si lo estás viendo, quiere decir que no estoy contigo. Sé que es confuso, pero sólo te pido que me creas una cosa: te amo, hija. Desde que llegaste... ––La voz se le había quebrado y su expresión era la de alguien intentando permanecer impasible con una tormenta dentro ––Desde que llegaste mi vida se iluminó. Eres lo mejor que tengo en esta vida. Espero te encuentres bien. Espero seas feliz. Espero que en un futuro podamos volver a vernos. Si llega el momento en que decidas buscarme, mi dirección es XXXX, Calle XXXX, en Glasgow...
El ruido de la cochera abriéndose la alertó. Aisling tenía las mejillas mojadas, el cuello de su blusón empapado, los ojos hinchados por llorar y los labios enrojecidos por morderlos. buscó un lápiz con rapidez y detrás de su ensayo, escribió los datos dados en la cinta. escondiendo después el papel entre los otros dos papeles.
––¿Agnes? ––Escuchó llamársele desde abajo. ––Ya llegué, compré comida ––musitó la voz afable de su madre desde abajo, un tono que sólo se usaba cuando ella estaba disculpándose por sus exabruptos de ira, como el que había tenido la noche anterior. ––¿Cariño? ¿Cielo? ––
Aisling sentía la sangre helada mientras intentaba acomodar todo tal como lo había encontrado, el suelo con sus lágrimas y sintiendo esos violines que aparecía en películas de terror justo atrás de su oreja, rechinando mientras su madre se acercaba a la escalera. ––¿Qué haces allá arriba? ––preguntó desde abajo, y cuando subió, Aisling se encontraba de pie junto a un bolso de ropa vieja.
––¡Estaba buscando mi abrijo rojo! ––exclamó con nerviosismo, mejillas secas, pero ojos vidriosos, labios rojos, barbilla temblorosa. ––Pero no lo encuentro... ah... engordé mucho, ya nada me queda ––se excusó, secándose una lágrima e intentando venderle la idea a su madre de que lloraba por eso.
La expresión de la mujer de porcelana allí frente a ella cambió a una de entendimiento, pero al avanzar, notó algo. Una de las etiquetas de los VHS estaba a sus pies. Se agachó para tomarlo y leyó "Cumpleaños 2002". Miró a su hija, y luego a la caja de videos perfectamente acomodada. Tan perfectamente acomodada, que era sospechoso. La televisión girada, y la videocasetera desempolvada junto a la caja de las cintas.
––¿Estuviste viendo estas cosas? ––preguntó con un tonito particular, uno que helaba la sangre.
––No... ––respondió casi de inmediato. Sospechosamente rápido.
––Agnés... ––
La escalera descansa de la entrada al suelo y ella está de pie en ese piso de madera antiguo. La última vez que subió a ese sitio había sido hacía años, y es que no se suele hablar de ese lado de la casa, y por lo general no hay nada que ver allí.
Así pues, dispone a buscar entre cajas, papeles viejos y ropa antigua, aquella que fue de ella y que su madre se niega a tirar o a regalar. Antiguos juguetes que aun puede recordar vívidamente en el agua de la tina en su antigua casa en Cannes, cuando tendría apenas unos tres años. Se distrae por horas, viendo fotografías, algunas enmarcadas y otras en álbumes, y en todos los álbumes hay algunas faltantes, con las marcas del pegamento insinuando su desaparición.
Junto a las fotos hay cajas con más cajas, cajas que contienen VHS y DVDs antiguos, y al fondo, una videocasetera para ambos formatos, y al fondo se hallaba aún esa televisión antigua. Aisling conectó los cables a la corriente y la videocasetera a la televisión, pasándose el resto de la tarde sentada allí viendo antiguas tomas de su vida de infante, con una persona en particular llamando su atención: su padre.
El hombre ausente de su vida al que recordaba siempre amable, siempre dulce. Lo recordaba cantándole canciones de alta mar y llamándola songbird como cariño, con su fuerte acento escocés. Recordaba dormirse en sobre su pecho y la voz tranquila de su madre cuando hablaban. Su mano fuerte tomando la suya, pequeña y blanca en ese momento, su cabello rojo encaneciendo apenas en las patillas. Recordaba sus cejas espesas y la forma en que enmarcaba su rostro, pero verlo moverse... verlo hablar allí, retratado en una película... Aisling sintió sus ojos llenarse de lágrimas, sentía como si le hubieran perforado el pecho con metal al rojo vivo. No se soltó a llorar, sin embargo, hasta que no encontró un cartucho sin ninguna insignia en la etiqueta. No había palabras ni fecha ni nada, estaba sola, y lucía relativamente más reciente que las demás.
Al ponerla, la sorpresa era que aquella grabación fuese sólo de él, de su padre, Hugh, como le llamaba su madre. Pensó en que de hecho nunca la escuchó decirle amor, cielo, querido. Siempre había sido Hugh. Pero para ella, él había sido papá, papi, y para él, ella había sido songbird. Y viendo al a cámara, su padre suspiraba, en un escritorio con algunos documentos frente a él.
––Lo que voy a decir está avalado por mi abogado. ––dijo, su voz sonaba fría, extraña. ––Para cualquier duda, su contacto es Richard Sawyer, XXXX-XXXX ––tragó saliva, y poniendo los documentos en la madera comenzó a hablar. Su voz se había vuelto distinta, cálida, suave. ––Aisling. Este es un mensaje para ti. Justo ahora estamos en una pelea legal que no debería tener lugar. No es tu culpa. No puedo verte, por motivos que me son ajenos y que no puedo controlar. Quisiera poder estar contigo. Quisiera poder continuar viéndote, pero hay cosas, personas, que no lo van a permitir. Estoy peleando por cambiarlo, pero no sé si el resultado sea el que espero. Quiero que sepas que te amo, que no es mi deseo alejarme de tu vida, salir de ella, pero si tiene que ser así, si no hay otro camino, sólo espero estés consciente de que siempre me tendrás para ti. Si las cosas siguen el curso que tienen justo ahora, cuando hayas cumplido mayoría de edad podrás buscarme, si es tu deseo. En todo caso, espero que eso no sea así, espero que justo ahora estemos juntos, espero que esta cinta no haya llegado a ser. Pero si lo estás viendo, quiere decir que no estoy contigo. Sé que es confuso, pero sólo te pido que me creas una cosa: te amo, hija. Desde que llegaste... ––La voz se le había quebrado y su expresión era la de alguien intentando permanecer impasible con una tormenta dentro ––Desde que llegaste mi vida se iluminó. Eres lo mejor que tengo en esta vida. Espero te encuentres bien. Espero seas feliz. Espero que en un futuro podamos volver a vernos. Si llega el momento en que decidas buscarme, mi dirección es XXXX, Calle XXXX, en Glasgow...
El ruido de la cochera abriéndose la alertó. Aisling tenía las mejillas mojadas, el cuello de su blusón empapado, los ojos hinchados por llorar y los labios enrojecidos por morderlos. buscó un lápiz con rapidez y detrás de su ensayo, escribió los datos dados en la cinta. escondiendo después el papel entre los otros dos papeles.
––¿Agnes? ––Escuchó llamársele desde abajo. ––Ya llegué, compré comida ––musitó la voz afable de su madre desde abajo, un tono que sólo se usaba cuando ella estaba disculpándose por sus exabruptos de ira, como el que había tenido la noche anterior. ––¿Cariño? ¿Cielo? ––
Aisling sentía la sangre helada mientras intentaba acomodar todo tal como lo había encontrado, el suelo con sus lágrimas y sintiendo esos violines que aparecía en películas de terror justo atrás de su oreja, rechinando mientras su madre se acercaba a la escalera. ––¿Qué haces allá arriba? ––preguntó desde abajo, y cuando subió, Aisling se encontraba de pie junto a un bolso de ropa vieja.
––¡Estaba buscando mi abrijo rojo! ––exclamó con nerviosismo, mejillas secas, pero ojos vidriosos, labios rojos, barbilla temblorosa. ––Pero no lo encuentro... ah... engordé mucho, ya nada me queda ––se excusó, secándose una lágrima e intentando venderle la idea a su madre de que lloraba por eso.
La expresión de la mujer de porcelana allí frente a ella cambió a una de entendimiento, pero al avanzar, notó algo. Una de las etiquetas de los VHS estaba a sus pies. Se agachó para tomarlo y leyó "Cumpleaños 2002". Miró a su hija, y luego a la caja de videos perfectamente acomodada. Tan perfectamente acomodada, que era sospechoso. La televisión girada, y la videocasetera desempolvada junto a la caja de las cintas.
––¿Estuviste viendo estas cosas? ––preguntó con un tonito particular, uno que helaba la sangre.
––No... ––respondió casi de inmediato. Sospechosamente rápido.
––Agnés... ––
El transporte por tierra sería más tedioso, pero estaba dispuesta a ello. Quería volar, como en la película de Amelia Earhart... fantaseaba con ello, pero en esos momentos, lo mejor era no llamar la atención así, y sentada en el tren, sólo fantaseaba con ser como los gorriones que aleteaban junto a su ventana en el desfiladero. Ella era un fénix, si, atrapado siempre por la percepción de los Solarios. No podía volar, ni moverse como llamarada, no allí, donde podían verla.
Recordó a William, con la película que le había prestado. Recordó los aviones a escala dispuestos en esas repisas, cuidados y desempolvados con una devoción particular. Recordó la emoción de cuando le habló de esos modelos, las chispas saliendo de sus ojos. El volar era algo que emocionaba a muchos, pero que apasionaba a pocos. En su caso, no era una pasión como tal si no un sentimiento de añoranza. Algo que nunca había hecho pero que deseaba hacer como si lo hubiese hecho antes, volar como un ave migratoria, llegar a un sitio donde quedarse, sentirse libre, sin ataduras. Era difícil no sentirse así, habiendo vivido lo que había vivido. Sentía que arrastraba un grillete, se sentía rodeada de barrotes. Las palabras de su madre retumbando en su memoria.
––¡Ese hombre nos abandonó!