Una estrella en aprietos [Abierto 0/1]

Realmente solo una emergencia podía obligarle a salir tan temprano, eso y una buena película. Aquel día carecía por completo de una hora mínima de sueño, más no era problema para el vástago, quien a la llamada de su trabajo salió como si nada a territorio humano. Y es que, ¿Podría haber algo más pintoresco que esto? Una tierra dividida en dos, jamás se había topado con algo así. Le encantaba salir y sentirse un turista, no importa las veces que lo repitiera, el idioma fluía entre sus labios como si fuera un nativo, sus modales se mostraban impecables, y casi podría engañar a cualquiera al pensar que había vivido toda su vida en París.

Nada más lejos de la realidad.

Luego de cumplir sus tareas, el pelirrojo se encontró caminando bajo un cielo parcialmente nublado, con tal confianza que no parecía ser una víctima mortal del sol. Vestía un atuendo que parecía nuevo y resaltaba contra su piel pálida y prístina, un pantalón ajustado negro junto con una camisa de cuello de tortuga de un rojo vino tan intenso que su cabello parecía arder como el fuego en contraste; poseía unas botas con un poco de tacón, negras por igual, y unos guantes a juego que no permitían el paso de cualquier rayo de luz travieso; al final, para rematar, portaba unos lentes de sol con cristales azules, completando su atuendo de día como solía acostumbrar.

Decidió ir hacia una cafetería por algo de beber, pues el café (aunque no suponía ningún sustento) le sabía tan bien que se había vuelto un gusto culposo. Decidió con una sonrisa que esta vez lo pediría con un poco más de crema irlandesa, esa que más que crema era puro whiskey, y con eso en mente, perdido, terminó sin fijarse que estaba atravesando camino con alguien más. Tuvo que sujetar fuerte su sombrilla, y usando cierta agilidad logró apenas trastabillar, pero la pobre mujer no tuvo esa suerte.

— Mis disculpas, señorita, pero no debe preocuparse por mí —le dijo al sacudir su pantalón por cualquier cosa, y al verla en el suelo se preocupó por igual, así que le ofreció su mano con una sonrisa—. En cambio, usted parece más afectada, déjeme ayudarle.

Con mucho cuidado la levantó, y sin inmutarse por el contenido de las bolsas le ayudó a poner todo en orden. Jamás soltó su sombrilla.

—Oh, es una lástima —comentó al ver cómo se había ensuciado—, no se preocupe, sigue viéndose encantadora, más creo que será mejor encontrar un lugar donde pueda cambiarse, hará frío dentro de poco, ¿No cree?

Su sonrisa no se fue de sus labios, mostrando estos un poco más rojos y carnosos de lo normal en un hombre.