Post by Stéphane Gauthier on Jun 13, 2022 23:41:31 GMT
¿Diría qué amaba la playa? Por supuesto que no; el calor insoportable, el sol candente golpeando su salida piel, la arena metiendo entre sus dedos. ¿Mentiría por convivir? Por supuesto que sí. Gael estaba tan emocionado de estar en aquellas vacaciones, con sus montones de maletas y su actitud alegre y contagiosa.
La llegada al hotel fue cansada, no podía decir lo contrario; el vuelo había sido largo y aunque viajaron en primera clase, eso no quitaba lo agotador de horas sentados, pasar por largas filas de migración y pelear con la aerolínea por una abolladura en una de las bonitas maletas que hacía juego con las demás.
El hotel era precioso, a ojos de Stéphane jamás había visto tanto lujo junto y hubiera palidecido al imaginar cuánto costaba una reservación en ese lugar. Lo más que había estado era en un hotel de cuatro estrellas con una bonita alberca y una playa llena de vendedores; estar en un hotel de prácticamente siete estrellas parecía un sueño. Su novio, por el contrario, parecía muy habituado a esa clase de lujos; a veces olvidaba que Gael había crecido en el seno de una familia millonaria.
Al llegar los recibieron con unas margaritas, mientras el botones se encargaba de recolectar todas las maletas en uno de esos peculiares carritos. Hacer el registro fue rápido y no tardaron en asignarles su bungalow; ¿esa era la eficiencia de unas vacaciones de ricos? Así parecía ser.
Lo primero que hizo al llegar al bungalow fue despedir al botones, dandole propina porque había leído que era parte del protocolo. Casi pudo jurar que el hombre le miró de una manera que significaba “tacaño”. No importaba, eso no iba a arruinar sus vacaciones.
Lo segundo fue contener el impulso de cerrar todas las cortinas para que el sol no entrara; era playa y no podía darse ese lujo, aunque quizás podría rogarle a Gael para que no salieran hasta el atardecer. No creía lograr mucho, mas valía la pena intentarlo. Lo siguiente, claro, fue explorar todo el lugar; era como una pequeña casa vacacional y con servicio a la habitación, no tendría que salir de ahí ni un solo momento. No podía pensar así.
—Gael, ponte tu traje de baño, anda —forzó la sonrisa, mientras iba a una de las puertas de cristal; daba a una terraza con desayunador y dos camastros para tomar el sol—. ¿No estabas emocionado queriendo presumir tus nuevos trajes de baño? Además vi que en tres horas hay clases de surf, ¿no te gustaría probar?
Regresó a su lado, abrazándolo por la espalda y besando su mejilla. Habían sido semanas, ¡meses incluso!, tan difíciles en el trabajo, que de verdad necesitaban de esas vacaciones. No hablarían de trabajo, no contestarían ninguna llamada o mensaje respecto a eso; ni siquiera pensarían en las mascotas o en la madre de Gael, todos ellos pasando la temporada en compañía de su socio de sastrería y su familia.
—A media tarde tenemos cita en el spa, una de las tantas que reservamos —suspiró, porque ese era un cargo extra, pero debía repetirse que eran vacaciones—. Y en la noche tenemos una mesa en ese restaurante temático, ¿quieres ir a buscar antes algo de comer o pedimos a la habitación?
Para él cambiarse fue rápido. No traía demasiados trajes de baño o shorts como para detenerse a pensar en ellos y sin contar que todos eran de colores oscuros. Una camisa abierta para que su espalda no se quemara tanto y su cabello sujeto en un man bun, para no morir acalorado.
—No tardes o me arrojaré al agua y dejaré que el agua me lleve —no es cómo que fuera posible, el mar se encontraba tan tranquilo que ni siquiera parecía estar ahí.
Salió a la terraza, sentándose en uno de los camastros y aun con su bebida dada en recepción sin terminar; había visto que el bungalow tenía su propio bar personal y estaba muy dispuesto a pagar por todas las botellas si eso le aseguraba tener bebidas refrescantes en toda su estancia. ¿Gael sabía preparar algún coctel? Él lo había hecho gracias a algunos compañeros de universidad, pero eran bebidas básicas; sacó su celular para buscar nuevas recetas.