Post by Maret Benoit on May 3, 2022 9:21:43 GMT
Su hora de comida había llegado y con ello, su momento de tranquilidad más grande dentro de esa oficina. Maret no estaba seguro en cómo es que había pasado tanto tiempo en ese sitio, en medio de ese mar de gente que, de saber el motivo real por el cual se encontraba ahí mismo, podrían enviarle de vuelta a prisión en cualquier instante. Mientras le daba un último sorbo a su taza de café y recordaba que no tenía razón para quedarse ahí durante esa hora, se levantó de repente, cogiendo su cartera y llaves antes de salir fuera del recinto de la Flor de Lys.
El castaño no tuvo que pensar demasiado hacia dónde quería dirigirse. Su vida había iniciado y terminando en las calles de París, así que ahí fue hacia donde quiso caminar. Aún después de tanto, pensaba que, de haber tenido la oportunidad de nacer como un simple solario, quizás las cosas no se hubieran tornado tan difíciles para su vida. Habría reñido con sus padres, sí, incluso hubiera huido de casa pero, lo único de lo que podía estar seguro es que, de haber tenido una vida humana, como la de cualquier otro, la habría usado para compartirla al lado de ella y de envejecer juntos, mientras miraban a su pequeña crecer.
Era muy sencillo imaginarse tan buena vida mientras caminaba por las calles de esa ciudad, le gustaba.
Después de tener una conversación divertida con un vendedor de revistas, consiguió un periódico aún después de pasado el medio día. No le fue difícil sentarse en cualquier café con una vista agradable a la calle y ordenar un quiché de queso con verduras, tenía tiempo más que suficiente para terminarse su bebida y pedir una porción extra para llevarle a su querido jefe. Así pues, después de fingir que era una persona igual de promedio que todas las que pasaban cerca, se levantó con el tiempo suficiente para volver caminando a paso lento. Era un gusto que había adquirido desde hace varias décadas y que hizo hábito después de trabajar. Le gustaba mirar los aparadores de las tiendas y pensar en lo que le gustaría comprar una vez llegara la quincena. Su día transcurría igual que otros hasta que sus ojos terminaron encontrándose con la fachada del Sweet Innocence y, en ella, tuvo que ver a Giedrè acompañando a quien imaginó debía tratarse de Caliope.
Hasta ahora no la había conocido en persona. Habían reñido bastante, sí, pero nada que saliera de mensajes de texto durante los últimos meses. Era alguien linda, más de lo que su fotografía le dejaba ver, así que supuso era momento de acercarse a saludar. Quizás podría intercambiar palabras de agradecimiento con ella, había sido amable al aceptar la tutoría de su joven alumno, quien parecía estar en su hora de trabajo. Le alegraba mirarle tan activo ahora que tenía tiempo pero, tal parecía que no compartía tan amable escenario que se había formado en su cabeza.
Giedrè cruzó mirada con la suya y, de repente, le vio simplemente inclinarse con ella para besar cada una de sus mejillas, antes de volver dentro del establecimiento sin decir otra palabra. Ni siquiera había fruncido el ceño está vez, ¿debía significar algo, acaso? El castaño le miró desde el otro lado de la calle, absorto en su mar de pensamientos cuando recordó que aquella chica seguía ahí, tal vez pensando en lo que había hecho aquel joven, al igual que él. Dios mío, pero qué infantil, Maret rió de repente, asombrado por la audacia de la acción contraria y, levantando su mano izquierda gentilmente, decidió saludar.
—¿Caliope? Soy yo, Maret. —Sus labios se curvaron, en una sonrisa.— No imaginé encontrarte por aquí, a menos que frecuentes este sitio muy seguido. Es una grata sorpresa.
El castaño no tuvo que pensar demasiado hacia dónde quería dirigirse. Su vida había iniciado y terminando en las calles de París, así que ahí fue hacia donde quiso caminar. Aún después de tanto, pensaba que, de haber tenido la oportunidad de nacer como un simple solario, quizás las cosas no se hubieran tornado tan difíciles para su vida. Habría reñido con sus padres, sí, incluso hubiera huido de casa pero, lo único de lo que podía estar seguro es que, de haber tenido una vida humana, como la de cualquier otro, la habría usado para compartirla al lado de ella y de envejecer juntos, mientras miraban a su pequeña crecer.
Era muy sencillo imaginarse tan buena vida mientras caminaba por las calles de esa ciudad, le gustaba.
Después de tener una conversación divertida con un vendedor de revistas, consiguió un periódico aún después de pasado el medio día. No le fue difícil sentarse en cualquier café con una vista agradable a la calle y ordenar un quiché de queso con verduras, tenía tiempo más que suficiente para terminarse su bebida y pedir una porción extra para llevarle a su querido jefe. Así pues, después de fingir que era una persona igual de promedio que todas las que pasaban cerca, se levantó con el tiempo suficiente para volver caminando a paso lento. Era un gusto que había adquirido desde hace varias décadas y que hizo hábito después de trabajar. Le gustaba mirar los aparadores de las tiendas y pensar en lo que le gustaría comprar una vez llegara la quincena. Su día transcurría igual que otros hasta que sus ojos terminaron encontrándose con la fachada del Sweet Innocence y, en ella, tuvo que ver a Giedrè acompañando a quien imaginó debía tratarse de Caliope.
Hasta ahora no la había conocido en persona. Habían reñido bastante, sí, pero nada que saliera de mensajes de texto durante los últimos meses. Era alguien linda, más de lo que su fotografía le dejaba ver, así que supuso era momento de acercarse a saludar. Quizás podría intercambiar palabras de agradecimiento con ella, había sido amable al aceptar la tutoría de su joven alumno, quien parecía estar en su hora de trabajo. Le alegraba mirarle tan activo ahora que tenía tiempo pero, tal parecía que no compartía tan amable escenario que se había formado en su cabeza.
Giedrè cruzó mirada con la suya y, de repente, le vio simplemente inclinarse con ella para besar cada una de sus mejillas, antes de volver dentro del establecimiento sin decir otra palabra. Ni siquiera había fruncido el ceño está vez, ¿debía significar algo, acaso? El castaño le miró desde el otro lado de la calle, absorto en su mar de pensamientos cuando recordó que aquella chica seguía ahí, tal vez pensando en lo que había hecho aquel joven, al igual que él. Dios mío, pero qué infantil, Maret rió de repente, asombrado por la audacia de la acción contraria y, levantando su mano izquierda gentilmente, decidió saludar.
—¿Caliope? Soy yo, Maret. —Sus labios se curvaron, en una sonrisa.— No imaginé encontrarte por aquí, a menos que frecuentes este sitio muy seguido. Es una grata sorpresa.