Post by Maret Benoit on May 6, 2022 6:01:10 GMT
Una, dos, tres veces. Maret tocó la puerta con la misma mano que sujetaba su celular, apretando el puño por cada vez que sus nudillos chocaban contra la madera frente a él. Sus dedos se tensaban, más y más, por cada roce que daban pero tuvo que parar una vez miró cómo la pantalla se prendía y apagaba ante cada sacudida; quizás había sido una mala decisión pero ¿qué más daba? Podría reponerlo cuando quisiera.
A ese ritmo, sus golpes se convirtieron en cuatro y cinco más. ¿Por qué era incapaz de tirar de la manija para pasar de una maldita vez? ¿Qué era lo que tanto le inmutaba en ese momento si, al igual que Renan, se trataba de Nereo quien interfería en su mezquina relación con quien fuera su alumno? Su mano se detuvo entonces cuando recordó el lugar donde estaba y por qué se encontraba ahí.
Tan pronto el umbral se abrió, los dedos de su mano libre no dudaron en coger el filo de la puerta y dando un paso, no le dio tiempo si quiera para terminar de abrir. Maret miró al Magistrado al que le servía, en silencio, sin decir algo en absoluto. El color ámbar se cruzó con sus ojos violáceos y, si no hubiera sido por lo inseguro que le devolvía tal mirada, quizás, sólo quizás, hubiera decidido terminar con su juego en ese momento.
—¿Por qué tardaste tanto? ¿Qué no querías darme la buena nueva? —Preguntó lento, avanzando. Su pie izquierdo se encargó de cerrar la puerta tras de él, para poder cerrarla y avanzó, guiándole— Mi amor.
¿Desde hace cuánto que no decía esas palabras? Las manos del mayor lo tomaron de los costados, inclinándose a besarle. Era una ventaja que no fuera tan alto, no era difícil tocarle, así que eso hizo. Hacía tanto que no acariciaba a alguien de ese modo y, mientras su boca se desligaba de sus labios, continuó su camino por encima de su mandíbula, de su cuello, hasta llegar a su pecho. Su teléfono cayó encima del escritorio de su superior, tal vez rompiéndose, tal vez no; lo que ahora quería era verle sentado en la silla de invitados donde regularmente él siempre tomaba asiento.
Maret le miró desde arriba por unos segundos, antes de levantar la vista hacia cualquier otro sitio donde el otro no estuviese. Pasó los dedos por su corbata, deshaciendo el nudo sin problema alguna. Se trataba de su rutina diaria el vestirse así y, por lo que ahora veía, desvestir al Magistrado también iba a serlo. No quiso pensar más ni añadir algún otro pensamiento que pudiera desviar lo que estaba por hacer pero recordó entonces un detalle que había pasado por alto.
Ladeó la cabeza y regresó a verle, pasando una mano por su mentón para levantarlo y obligarle a que le mirara, moviéndola de izquierda a derecha para inspeccionarle de cerca. Su cabello se movió descuidado, regando las hebras encima de su cara. Sabía que eso no le gustaba del todo.— ¿Cuántos días más piensas seguir así? —Preguntó antes de avanzar entre sus piernas.— Nereo.
Sus dedos se enredaron entre su cabello, tirando de él por tan solo un segundo antes de devolver el gesto en uno suave. Maret volvió a inclinarse, para dejar un beso y, antes de permitir que dijera otra cosa, le empujó contra el respaldo del sofá gracias a su mismo peso.— No me pongas mala cara, luces lindo. ¿Qué no te lo dije en estos días? Oh, bueno, no importa... Ahora lo sabes. —Sus manos alzaron su camisa, tirando de ella para desfajarla de su pantalón. No podía decir que no le divertía aquello, que incluso la idea más errada dejaba de volverse su prioridad cuando el hombre frente a él era capaz de perder el porte tan meticuloso con el que siempre se presentaba. Era suficiente con colarse entre sus piernas y empujar con los dedos hasta escucharle no poder más; era cuando debía detenerse.
El castaño regresó al frente, irguiéndose de vuelta mientras meneando sus dígitos en el aire para limpiarlos un poco.— Hace que tus ojos se vean preciosos cuando frunces el ceño.
Maret suspiró, antes de levantarle de los hombros y empujarle de frente contra el escritorio. No era momento de pensar cuanto temblaran sus piernas, sólo quiso inclinarle contra la madera y mirar lo bien que su cadera se arqueaba en esa posición. Tomó una de sus manos para que le tocara un poco, no fue difícil restregarse contra él de ese modo. Tan sólo tiró de su prenda debajo lo suficiente para hacer lo suyo, lo que el otro tanto suplicaba cada que le miraba sin tener que decirle una sola palabra. Sus dedos se enterraron contra sus caderas hasta enrojecerlas y, antes de terminar, volvió a darle un beso en la cabeza, uno suave, mientras su respiración se entrecortaba. Se atrevió a dejarle una sutil palmada mientras salía y una risilla nasal salió. No iba escucharle, no quería hacerlo por hoy, ni mañana, ni los días siguientes.
—Pienso tomarme el día libre.
A ese ritmo, sus golpes se convirtieron en cuatro y cinco más. ¿Por qué era incapaz de tirar de la manija para pasar de una maldita vez? ¿Qué era lo que tanto le inmutaba en ese momento si, al igual que Renan, se trataba de Nereo quien interfería en su mezquina relación con quien fuera su alumno? Su mano se detuvo entonces cuando recordó el lugar donde estaba y por qué se encontraba ahí.
Tan pronto el umbral se abrió, los dedos de su mano libre no dudaron en coger el filo de la puerta y dando un paso, no le dio tiempo si quiera para terminar de abrir. Maret miró al Magistrado al que le servía, en silencio, sin decir algo en absoluto. El color ámbar se cruzó con sus ojos violáceos y, si no hubiera sido por lo inseguro que le devolvía tal mirada, quizás, sólo quizás, hubiera decidido terminar con su juego en ese momento.
—¿Por qué tardaste tanto? ¿Qué no querías darme la buena nueva? —Preguntó lento, avanzando. Su pie izquierdo se encargó de cerrar la puerta tras de él, para poder cerrarla y avanzó, guiándole— Mi amor.
¿Desde hace cuánto que no decía esas palabras? Las manos del mayor lo tomaron de los costados, inclinándose a besarle. Era una ventaja que no fuera tan alto, no era difícil tocarle, así que eso hizo. Hacía tanto que no acariciaba a alguien de ese modo y, mientras su boca se desligaba de sus labios, continuó su camino por encima de su mandíbula, de su cuello, hasta llegar a su pecho. Su teléfono cayó encima del escritorio de su superior, tal vez rompiéndose, tal vez no; lo que ahora quería era verle sentado en la silla de invitados donde regularmente él siempre tomaba asiento.
Maret le miró desde arriba por unos segundos, antes de levantar la vista hacia cualquier otro sitio donde el otro no estuviese. Pasó los dedos por su corbata, deshaciendo el nudo sin problema alguna. Se trataba de su rutina diaria el vestirse así y, por lo que ahora veía, desvestir al Magistrado también iba a serlo. No quiso pensar más ni añadir algún otro pensamiento que pudiera desviar lo que estaba por hacer pero recordó entonces un detalle que había pasado por alto.
Ladeó la cabeza y regresó a verle, pasando una mano por su mentón para levantarlo y obligarle a que le mirara, moviéndola de izquierda a derecha para inspeccionarle de cerca. Su cabello se movió descuidado, regando las hebras encima de su cara. Sabía que eso no le gustaba del todo.— ¿Cuántos días más piensas seguir así? —Preguntó antes de avanzar entre sus piernas.— Nereo.
Sus dedos se enredaron entre su cabello, tirando de él por tan solo un segundo antes de devolver el gesto en uno suave. Maret volvió a inclinarse, para dejar un beso y, antes de permitir que dijera otra cosa, le empujó contra el respaldo del sofá gracias a su mismo peso.— No me pongas mala cara, luces lindo. ¿Qué no te lo dije en estos días? Oh, bueno, no importa... Ahora lo sabes. —Sus manos alzaron su camisa, tirando de ella para desfajarla de su pantalón. No podía decir que no le divertía aquello, que incluso la idea más errada dejaba de volverse su prioridad cuando el hombre frente a él era capaz de perder el porte tan meticuloso con el que siempre se presentaba. Era suficiente con colarse entre sus piernas y empujar con los dedos hasta escucharle no poder más; era cuando debía detenerse.
El castaño regresó al frente, irguiéndose de vuelta mientras meneando sus dígitos en el aire para limpiarlos un poco.— Hace que tus ojos se vean preciosos cuando frunces el ceño.
Maret suspiró, antes de levantarle de los hombros y empujarle de frente contra el escritorio. No era momento de pensar cuanto temblaran sus piernas, sólo quiso inclinarle contra la madera y mirar lo bien que su cadera se arqueaba en esa posición. Tomó una de sus manos para que le tocara un poco, no fue difícil restregarse contra él de ese modo. Tan sólo tiró de su prenda debajo lo suficiente para hacer lo suyo, lo que el otro tanto suplicaba cada que le miraba sin tener que decirle una sola palabra. Sus dedos se enterraron contra sus caderas hasta enrojecerlas y, antes de terminar, volvió a darle un beso en la cabeza, uno suave, mientras su respiración se entrecortaba. Se atrevió a dejarle una sutil palmada mientras salía y una risilla nasal salió. No iba escucharle, no quería hacerlo por hoy, ni mañana, ni los días siguientes.
—Pienso tomarme el día libre.