Post by Maret Benoit on Jun 25, 2022 5:36:04 GMT
Ahora que estaban juntos, ¿qué significaba que debía pasar? ¿Qué decisión era la correcta para seguir con él, ahora que había aceptado su petición de continuar con lo que sea que todavía tuviesen? Maret no dejó de mirar hacia el blanco techo de la habitación esa noche, la primera después de desempacar sus cosas tras llegar al hotel, intentando distraerse con los sonidos que lograban colarse afuera, en el pasillo. ¿Serían sus guardaespaldas? ¿Algunas parejas o familias que también llegaban para alojarse? Podrían ser tantas respuestas pero ninguna para la cuestión que hoy se hacía.
Una vez sus ojos se cansaron lo suficiente, decidió girar para encontrarse con la espalda del hombre a su lado. Pasó una mano por debajo de su brazo, atrayendole hacia él para besar su hombro. Su piel era lo suficientemente tersa, blanca; le gustaba marcarla y quiso sentir le antes de dormir. Sus sentidos necesitaban arrullarse a sí mismo esa noche y la imagen de ella, de quien ya no estaba, terminó por hacerle compañía. Lamentó haberlo hecho ahora cuando quería estar con él pero, en ese momento, fue la única manera que conocía para encontrar sosiego.
Sus ojos se cerraron con tardanza pero no dudaron en abrirse con el primer rayo de sol. Maldito hábito de animal, pensó para sus adentros y, masajeando el puente de su nariz, no tuvo más remedio que levantarse.
A su lado, el rubio parecía continuar durmiendo y, para mala suerte suya, era lo suficientemente silencioso para salir de la cama sin molestar pero... Quiso hacerlo. Le besó con lentitud en la mejilla, palmeando su cadera como solía hacer, antes de tomar un baño ligero y salir de la habitación.
El clima era agradable desde temprano pero estaba seguro que, conforme las horas avanzaran, podría volverse insoportable: Un pantalón corto y camisa, fue el mejor remedio que encontró y con ese atuendo bajó, en búsqueda del comedor. Tras de él, el servicio de seguridad se le unieron y uno de los hombres le tendió un periódico, motivo que agradeció. Pidió le acompañaran hasta el bar para distraerse por un momento antes de regresar a la habitación a desayunar. Podría probar alguna delicia local o catar la carta de la barra, quería asegurarse que lo que Nereo pidiera fuera en verdad delicioso para hacerle recuperar un poco del peso que parecía haber perdido, quería... Ayudarle. No encontró mejor palabra.
En ese lugar, no le fue difícil decir cualquier cosa para incomodar al par de agentes y provocar que le dejaran solo un rato, podría caminar a sus anchas de ese modo pero, como si se tratara del mal trato que tenía con su suerte, a lo lejos, pudo ver a quien menos esperaba: Hazel, a ese hombre tan horrendo. La última estirpe de sus padres yacía sentado frente a la barra, tratando de dialogar en un intento muy pobre con su acompañante. Giedrè, su pensamiento le dio nombre y, apretando su pecho, afligido por esa situación, no pudo hacer más que acercarse con el ceño fruncido. ¿Por qué tuvo que coincidir con aquel? ¿En qué momento había comenzado a interactuar con humanos de nuevo? Pero, sobretodo, ¿por qué tenía que ser con el alumno que seguía estimando tanto?
Maret avanzó hasta ellos, con la clara intención de interrumpir.
—¿Qué crees que haces, Hazel? —El periódico enrollado golpeó ligeramente la cabeza del otro castaño y estuvo seguro que ambos sintieron la melancolía en ese simple acto. Se sintió cansado de sólo recordar, no fue la mejor decisión.— No me digas que tienes este horrible hábito ahora y se lo quieres compartir a este... Pobre niño. Vayan a otro lado a buscar qué desayunar.
Giedrè frunció el ceño al ser llamado de ese modo, tan infantil como siempre y, muy para el pesar del docente, decidió quedarse en su asiento frente a la barra. No era momento para retarle, sino la hora de acatar indicaciones pero, ¿qué esperaba? Ambos ya no eran nada. Maret le devolvió el gesto, mirando molesto, e hizo lo mismo. Hazel quedó en medio, incómodo de no poder cambiarse de sitio cuando claramente los ojos del hombre mayor a cargo parecían querer deshacerse de él.
—¿Por qué caminas con esta persona, Giedrè? —Soltó de repente, sin mirarle. El barista se acercó para ofrecerles una bebida de cortesía y Maret la tomó, agradeciendo alegre. Su hermano menor, aquel que nadie debía conocer como tal, frunció el ceño, claramente ofendido y no hizo más que juzgar en silencio su gesto tan falso.— Si aún te interesa escucharme, deberías dejarlo... Pero a ti, Hazel, a ti te quiero decir un par de cosas... —La velocidad en sus palabras aumentó.— ¿Sí entiendes con quién estás ahora, en este momento? ¿Sabes con quién te estás metiendo?
El silencio se formó en el ambiente y ninguno de los tres fue capaz de decir más hasta que el sonido del cristal quebrandose les hizo voltear a los tres. La mano que sostuvo su copa se había apretado con fuerza y el moreno se dio cuenta a tiempo, como para estirar el brazo para tocar el hombro de Maret y, de paso, atraer a Hazel para protegerlo.
Esa simple acción hizo que el viejo docente se diera cuenta del error que había cometido y, sintiendo el alcohol quemarle las nuevas cortadas en su mano cubierta ya de cicatrices, no pudo más que parar con un suspiro.
—...Mi error. Lo lamento mucho. —Dijo, simple, esperando la atención por parte del barista antes de que la copa se quebrara por completo.
Sin embargo, una suerte de risa hizo que Hazel continuara hablando, entre un jadeo y sin importarle que fuera un humano, Giedrè, quien ahora intentara contenerle.
—¿Ya viste lo que provocas? Maret. —Su nombre se oía tan mal cuando lo decía Hazel. Todo lo que hablaba siempre sabía igual, tan pésimo, tan negativo y no podía más que traer culpa consigo.— ¿Ya viste lo que provocas por culpa de tu palabre-?
—Hazel. —Giedrè no necesitó siquiera exhaltarse para bajarlo del asiento tan pronto sintió que quiso acercarse contra él. En ese momento, los dos hermanos se miraron en silencio cuando notaron que, de no haber sido por ese joven que ahora les miraba confundido, algo más hubiera pasado.
Maret sintió vergüenza genuina de sólo verle la cara a su antiguo alumno y, dando por hecho que su estadía ahí se había arruinado, se levantó también, con la sangre goteando entre sus dedos.— Pásala bien, Giedrè.
El castaño dio media vuelta para buscar algún baño que le permitiera asearse. Llegó a una de las tantas albercas del hotel y tomó asiento en una de las sillas, afortunado de recibir una toalla pequeña por parte de uno de los empleados. Presionó la herida contra la tela y, como por arte de magia, antes de pensar en caminar de vuelta a la habitación, se encontró con el mismísimo Nereo dirigiéndose en dirección suya. Maret esbozó una sonrisa pequeña.
—¿Pudiste librarte de tus perros guardianes? —Preguntó, sonriente.— Estaba por volver a la habitación pero me distraje un poco. No quise despertarte.
Una vez sus ojos se cansaron lo suficiente, decidió girar para encontrarse con la espalda del hombre a su lado. Pasó una mano por debajo de su brazo, atrayendole hacia él para besar su hombro. Su piel era lo suficientemente tersa, blanca; le gustaba marcarla y quiso sentir le antes de dormir. Sus sentidos necesitaban arrullarse a sí mismo esa noche y la imagen de ella, de quien ya no estaba, terminó por hacerle compañía. Lamentó haberlo hecho ahora cuando quería estar con él pero, en ese momento, fue la única manera que conocía para encontrar sosiego.
Sus ojos se cerraron con tardanza pero no dudaron en abrirse con el primer rayo de sol. Maldito hábito de animal, pensó para sus adentros y, masajeando el puente de su nariz, no tuvo más remedio que levantarse.
A su lado, el rubio parecía continuar durmiendo y, para mala suerte suya, era lo suficientemente silencioso para salir de la cama sin molestar pero... Quiso hacerlo. Le besó con lentitud en la mejilla, palmeando su cadera como solía hacer, antes de tomar un baño ligero y salir de la habitación.
El clima era agradable desde temprano pero estaba seguro que, conforme las horas avanzaran, podría volverse insoportable: Un pantalón corto y camisa, fue el mejor remedio que encontró y con ese atuendo bajó, en búsqueda del comedor. Tras de él, el servicio de seguridad se le unieron y uno de los hombres le tendió un periódico, motivo que agradeció. Pidió le acompañaran hasta el bar para distraerse por un momento antes de regresar a la habitación a desayunar. Podría probar alguna delicia local o catar la carta de la barra, quería asegurarse que lo que Nereo pidiera fuera en verdad delicioso para hacerle recuperar un poco del peso que parecía haber perdido, quería... Ayudarle. No encontró mejor palabra.
En ese lugar, no le fue difícil decir cualquier cosa para incomodar al par de agentes y provocar que le dejaran solo un rato, podría caminar a sus anchas de ese modo pero, como si se tratara del mal trato que tenía con su suerte, a lo lejos, pudo ver a quien menos esperaba: Hazel, a ese hombre tan horrendo. La última estirpe de sus padres yacía sentado frente a la barra, tratando de dialogar en un intento muy pobre con su acompañante. Giedrè, su pensamiento le dio nombre y, apretando su pecho, afligido por esa situación, no pudo hacer más que acercarse con el ceño fruncido. ¿Por qué tuvo que coincidir con aquel? ¿En qué momento había comenzado a interactuar con humanos de nuevo? Pero, sobretodo, ¿por qué tenía que ser con el alumno que seguía estimando tanto?
Maret avanzó hasta ellos, con la clara intención de interrumpir.
—¿Qué crees que haces, Hazel? —El periódico enrollado golpeó ligeramente la cabeza del otro castaño y estuvo seguro que ambos sintieron la melancolía en ese simple acto. Se sintió cansado de sólo recordar, no fue la mejor decisión.— No me digas que tienes este horrible hábito ahora y se lo quieres compartir a este... Pobre niño. Vayan a otro lado a buscar qué desayunar.
Giedrè frunció el ceño al ser llamado de ese modo, tan infantil como siempre y, muy para el pesar del docente, decidió quedarse en su asiento frente a la barra. No era momento para retarle, sino la hora de acatar indicaciones pero, ¿qué esperaba? Ambos ya no eran nada. Maret le devolvió el gesto, mirando molesto, e hizo lo mismo. Hazel quedó en medio, incómodo de no poder cambiarse de sitio cuando claramente los ojos del hombre mayor a cargo parecían querer deshacerse de él.
—¿Por qué caminas con esta persona, Giedrè? —Soltó de repente, sin mirarle. El barista se acercó para ofrecerles una bebida de cortesía y Maret la tomó, agradeciendo alegre. Su hermano menor, aquel que nadie debía conocer como tal, frunció el ceño, claramente ofendido y no hizo más que juzgar en silencio su gesto tan falso.— Si aún te interesa escucharme, deberías dejarlo... Pero a ti, Hazel, a ti te quiero decir un par de cosas... —La velocidad en sus palabras aumentó.— ¿Sí entiendes con quién estás ahora, en este momento? ¿Sabes con quién te estás metiendo?
El silencio se formó en el ambiente y ninguno de los tres fue capaz de decir más hasta que el sonido del cristal quebrandose les hizo voltear a los tres. La mano que sostuvo su copa se había apretado con fuerza y el moreno se dio cuenta a tiempo, como para estirar el brazo para tocar el hombro de Maret y, de paso, atraer a Hazel para protegerlo.
Esa simple acción hizo que el viejo docente se diera cuenta del error que había cometido y, sintiendo el alcohol quemarle las nuevas cortadas en su mano cubierta ya de cicatrices, no pudo más que parar con un suspiro.
—...Mi error. Lo lamento mucho. —Dijo, simple, esperando la atención por parte del barista antes de que la copa se quebrara por completo.
Sin embargo, una suerte de risa hizo que Hazel continuara hablando, entre un jadeo y sin importarle que fuera un humano, Giedrè, quien ahora intentara contenerle.
—¿Ya viste lo que provocas? Maret. —Su nombre se oía tan mal cuando lo decía Hazel. Todo lo que hablaba siempre sabía igual, tan pésimo, tan negativo y no podía más que traer culpa consigo.— ¿Ya viste lo que provocas por culpa de tu palabre-?
—Hazel. —Giedrè no necesitó siquiera exhaltarse para bajarlo del asiento tan pronto sintió que quiso acercarse contra él. En ese momento, los dos hermanos se miraron en silencio cuando notaron que, de no haber sido por ese joven que ahora les miraba confundido, algo más hubiera pasado.
Maret sintió vergüenza genuina de sólo verle la cara a su antiguo alumno y, dando por hecho que su estadía ahí se había arruinado, se levantó también, con la sangre goteando entre sus dedos.— Pásala bien, Giedrè.
El castaño dio media vuelta para buscar algún baño que le permitiera asearse. Llegó a una de las tantas albercas del hotel y tomó asiento en una de las sillas, afortunado de recibir una toalla pequeña por parte de uno de los empleados. Presionó la herida contra la tela y, como por arte de magia, antes de pensar en caminar de vuelta a la habitación, se encontró con el mismísimo Nereo dirigiéndose en dirección suya. Maret esbozó una sonrisa pequeña.
—¿Pudiste librarte de tus perros guardianes? —Preguntó, sonriente.— Estaba por volver a la habitación pero me distraje un poco. No quise despertarte.