safe 'n sound (Autoconclusivo.)
Oct 4, 2022 11:52:21 GMT
Nereo Silvereel and Drystan Saeli like this
Post by Maret Benoit on Oct 4, 2022 11:52:21 GMT
El agua de la regadera caía sobre sus hombros, pesada, lastimándolo. Aunque no había pasado el tiempo suficiente dentro de ese lugar, aseguraba que con las carencias del sitio un simple día parecía una eternidad. Tuvo días buenos, algunos bastante malos pero ahora que el agua tibia relajaba los músculos tensos de su cuerpo, supo que ninguno se comparaba con esa sensación. Echaba de menos lo que ahora identificaba como lujos desde el día en que decidió huir de casa de sus padres. ¿De eso ya hace cuánto que había pasado? ¿Cómo estarían ellos? Sus ojos se cerraron, humedeciéndose con las gotitas que empaparon hasta la última de sus pestañas.
El cobijo y la comida de quien fuera su anfitrión en ese momento, además de uno de los partícipes de la hazaña que los había llevado hasta ahí, fue más que agradable. No estaba seguro en cuánto tiempo podría volver a probar bocado pero, mientras le fuera posible, aprovecharía toda oportunidad que se le brindaba. Hubo de agradecer con una sonrisa y, después de agitar su mano para despedirse de ellos, no quiso voltear atrás. Podría pedirle a alguno de ellos por techo y comida, tan solo por algunos días mientras algo se le ocurría. Había hecho su parte dentro de ese plan que, de forma improvisaba, ejecutaron en los pasillos de la prisión. No, ¿cómo se le ocurría? Desde hace mucho que dejó de tener derecho de exigir algo.
Era una suerte que el toque de queda continuara en Mistery City. Aunque hubiera personal desplegado a esas horas, nunca era el suficiente como para cubrir todas las áreas y, siendo tan mañoso como había aprendido, no fue difícil embarcarse a la zona donde había vivido las últimas décadas desde que decidió llamarse a sí mismo como Maret.
Frente a aquel edificio modesto, pudo apreciar un enorme letrero que dictaba su hogar como clausurada. Vaya suerte, suspiró, pero no podía esperar más después de todo lo que había hecho en el Magisterio. De nuevo y bajo la carencia de luz en las calles, sus pies avanzaron sin rumbo alguno. Podría arriesgarse a caminar hasta el distrito más ostentoso de la ciudad o salir de la misma. No sería difícil encontrar un sitio en alguna banca de parque o simplemente podría nadar hasta la playa, hasta ese lugar que se había vuelto su favorito cuando la situación le rebasaba y no quedaba más que llorar sobre la arena y quedarse rendido mientras la espuma del oleaje le arrastraba de vuelta al fondo del mar. Era una pena que ni siquiera la falta de aire pudiera terminar con él pero, si había algo que lograra dañarle un poco, era la persona que vivía en el hogar a donde sus pies le condujeron mientras divagaba en su cabeza.
Sus ojos cansados se mantuvieron mirando a uno de los ventanales de ese lugar. Nunca se lo dijo pero esa casa le parecía bonita. Pequeña pero espaciosa, silenciosa pero a su vez con voces hablando de un lado a otro. ¿Era la compañía lo que le gustaba de ese sitio? ¿O eran las personas que vivían ahí las que le gustaban porque le hacían sentir acompañado? Mientras estaba detrás de esas rejas, hubo de pensar en el tema un poco pero, ni siquiera inundando su cabeza con esa simple pregunta fue capaz de responderla hasta ese momento.
Con un par de movimientos que había aprendido cuando era niño, no le fue difícil encontrarse en la habitación de ese hombre. Su colonia, su calor, la forma de su cuerpo debajo de las sábanas. Maret estaba frente a él, junto a Nereo, mientras él descansaba sin la menor idea de que, alguien como él, le vigilaría toda la noche. El sonido del segundero, aunado a su plácido respirar, eran lo único que pudieron escucharse hasta que la palma de su mano se estampó en su rostro cuando se encontró con sus ojos brillantes, en medio de la oscuridad.
Los anteojos del castaño salieron volando junto a un par de gotas de sangre que probablemente emanaron al romperse su labio inferior. Dios, ¿cómo olvidar lo fuerte que golpeaba ese hombre que, en cuanto pudo vislumbrarle en medio de la habitación, a penas si pudo sostener el arma con la que dormía debajo de la almohada? En otro momento hubo de pensar en lo mucho que se preparó para ese momento que, aunque los días sin ninguna visita en la cárcel le hicieran pensar lo contrario, sabía que iba a ocurrir. Hasta ese momento, supo que lo había hecho, que lo había logrado. Maret había escapado de ese lugar por segunda vez pero, a diferencia de la primera, esta vez hubo un sitio al cual volver. La garganta se le había secado para ese instante y, de forma ronca, terminó por echarse a reír. ¿Por qué no pudo parar cuando mil veces sintió que debía hacerlo?
Importándole poco si el arma del magistrado se activaba o no, sus brazos rodearon su cintura a penas si pudo incorporarse de cuclillas, a nivel del suelo. Sus ojos se cerraron con fuerza una vez su rostro encontró lugar en aquel sitio y, como si fuera casi por necesidad, las lágrimas brotaron de sus ojos una vez más.
—Está muerta, Nereo... Mataron a Maelia tan pronto nos la arrebataron, a mi pequeña niña... Y todo fue por mi culpa.
El tiempo avanzó, como siempre hacía y sus sollozos no dejaron de escucharse en esa habitación. No supo en qué momento le había atraído a la cama, a su lado y, con la mejor de las suertes, su cuerpo terminó por ceder al cansancio acumulado de esos días y de los años que tuvo que fingir para confirmar su gran miedo, ese del que hace tiempo se había hecho a la idea que era posible pero que siempre hizo como si no fuera verdad. Lo mejor hubiera sido quedarse en silencio, de ese modo sin hacer ruido pero, tan pronto supo que el sol se asomaba sobre el mundo humano, sus ojos se abrieron por sí solos.
Con el pecho subiendo y bajando, Maret no supo qué hacer para no sucumbir ante la desesperación que ahora sentía. La respiración entrecortada y el sudor que corrió por sus sienes una vez fue consiente de sí mismo, le hicieron recordar lo mucho que odiaba ser ese selenita que nunca pidió ser. Aprisa, ni siquiera quiso cerciorarse si el otro continuaba dormido o no, si iba a dejarle andar por su casa en ese momento o siquiera si iba a dejarle salir de ese lugar. Tan solo caminó aprisa, fuera de la habitación con rumbo al baño y, mientras su manos temblaban, empapó su rostro con agua fría. El dolor en los nudillos de sus manos sirvió como distractor y no dudó en enterrar las uñas de sus manos encima de aquella zona, con tal de intensificarlo. Una bocanada de aire, seguida de otra, le fueron suficientes para hacerle sonreír otra vez. No quiso mirarse en el espejo o, de lo contrario, sería consiente de su mentira una vez más.
No sabiendo qué más hacer, avanzó hasta la cocina para rebuscar en el refrigerador por algo que le permitiera preparar el desayuno. Qué desastre, pensó mientras miraba, para su disgusto, habían demasiadas refractarios desechables, probablemente traídos de alguna tienda de paso donde él, o tal vez por capricho de Alphonse, decidieron comprar como cena en los últimos días de la semana. Era verdad, casi se olvidaba de aquel joven. Tan pronto como colocó agua en una tetera encima de la estufa, se apresuró a buscarlo en su desordenada habitación para despertarle, moviendo su hombro. El tiempo siempre les hacía falta a los Silvereel aunque al pequeño sobrino de Nereo parecía sufrirlo de más.
—Alphonse, ya son las 8. Vas a llegar tarde al trabajo si no te levantas ya.
Con un beso en su frente, el castaño caminó de vuelta a la cocina. Sus lentes yacían sobre la mesa y, aun lado de esta, Nereo le esperaba mientras jalaba de una de las sillas para pedirle que tomara asiento. Su rostro reflejaba la parsimonia suficiente, producto de su disociación, como para pasarle de largo hasta la barra, donde quiso continuar preparando de desayunar. Había encontrado un poco de verdura en el electrodoméstico y no iba a dudar en mezclarla con la proteína que esperaba apareciera milagrosamente en ese preciso instante. Necesitaba desinfectarlas pero, de un momento a otro, olvidó cómo hacerlo. ¿Qué debía hacer con esto?, pero le fue imposible responderse y lo más próximo que se le ocurrió, fue cubrirlas con aquel polvo blanco que tanto le gustaba.
Cogió el salero que estaba cerca suyo, tal como lo recordaba, y avanzó hasta el fregadero para limpiar cada hoja de lechuga. Qué lindo detalle el de Nereo y Alphonse de mantener las cosas en su lugar.
—¿Sabías que las serpientes marinas pasan, en su mayor parte de la vida, con sed? ¿No te parece algo horrendo? Seguro que ya lo sabías porque, después de todo, también eres una, al igual que yo pero, ¿no crees que es estúpido? —Una risilla escapó de sus labios, todavía ronca, cansada. Había olvidado tomar agua aunque nuevamente le fue incapaz de recordar por qué.— Es decir, son capaces de soportar una enorme cantidad de sal en su cuerpo pero son incapaces de saciar una necesidad básica de todos los seres vivos porque, a pesar de todo, consideran el mar como su hogar aunque les haga daño y-
El puño del rubio se estampó contra la mesa y el pequeño frasco cayó al suelo, regándose en el frío piso. Qué mal, ¿ahora cómo la recojo?, se atrevió a pensar sin darse cuenta que el otro había tirado de su brazo para hacer lo que, momento atrás, necesitaba que hiciera. Maret tomó asiento frente a él, sintiendo, de repente, cómo le devolvía los anteojos a su sitio. Tuvo suerte de no haberlos roto porque, de otro modo, no hubiera sido capaz de visualizar con tanta claridad la vieja fotografía que el policía tendía sobre su mano izquierda.
Incapaz de comprender cómo es que ese íntimo trozo de papel había llegado a él, fue incapaz de recordar también lo que había sucedido ese día. Sus ojos volvieron a humedecerse en automático, como si no fuera suficiente lo hinchados que ya se encontraban. ¿Por qué no podía rememorar el día en que habían tomado ese recuerdo entre los tres? ¿Por qué era incapaz ahora de traer a su cabeza el día que Solange fue capaz de levantarse de la cama, después de haber dado a luz? ¿Y que, aún con dolor, quiso grabar ese día para ella, para ambos, para esa niña que, años más tarde, cuando asistiera al colegio y tuvieran alguna riña, pudieran solucionarlo recordándole lo mucho que la querían con esa simple imagen? ¿Por qué tuvo que olvidar algo que se juró nunca perder de vista? Roel había estado tan emocionado ese día que, mes tras mes, quiso sacar un retrato de ella, algo que pudiera conservar en la cartera de su bolsillo, cerca de su corazón y que sirviera como registro de que el tiempo estaba pasando, hasta que todo se detuvo.
De no haber sido porque Nereo se encontraba a su lado, hubiera perdido control de sí mismo en ese instante. Fue incapaz de detener el temblor en sus manos y las lágrimas rodaron hasta perderse de su rostro, sobre la piel del otro que, pasó por encima de su quijada, buscando encontrar apoyo suficiente para que le mirara y no se concentrara en otra cosa que no fuera en él.
Maret volvió a llorar a llanto suelto, envuelto en el abrazo del otro, apretando sus dedos contra él, sobre su cuerpo, mientras se aferraba con fuerza. La fotografía cayó al suelo, arrugada pero, no importaba, no la necesitaba ahora, no cuando nada de lo que la cámara había plasmado continuaba con él. Lo lamentaba, lo hacía tanto, quizás siempre iba a hacerlo pero, sin siquiera esperarlo, el aroma del cabello del otro penetró su olfato y le fue imposible no buscar por más. En medio de esa agonía, su cuerpo se encargó de recordarle los meses que ambos estuvieron juntos y, con cuidado, fue capaz de enfocarse en algo que no fuera ese ayer que tanto quiso pero ya no existía.
Sus ojos miraron como la boca del rubio se abría y pronunciaba un par de cosas que le fueron imposible retener en ese instante. ¿Podría verlo después de que regresara de trabajar, verdad? Quería preguntarle de qué se trataba, sobretodo cuando su dedo anular se vio envuelto en ese objeto que, con el pasar de los años, había perdido parcialmente su brillo hasta que alguien quiso pulirlo para sacarlo a relucir una vez más.
El castaño se encontró con su viejo anillo de bodas de vuelta en su sitio y, con un beso en la frente, Nereo le dejó solo en ese sitio. Su piel se sentía cálida aun sin tenerle cerca, quizás se había sonrojado cuando dejó ese gesto encima. Cómo le hubiera gustado perseguirle en ese momento pero necesitó de otro tanto para mover sus pies de ese lugar, de recordar que tenía unas y, poco a poco pudo sentirse de vuelta, se inclinó para recoger la última memoria que le quedaba de ese hombre que alguna vez fue.
Maret besó el viejo papel, justo donde Solange y Maelia se encontraban. Se sintió observado por ellas luego de tanto tiempo y, con esa vaga tristeza que todavía le acompañaba, necesitó guardar la foto en ese lugar de donde nunca debió haberse ido. Con lentitud, su mano se elevó hasta el sitio donde el rubio le había sujetado. Todavía se siente cálido, murmuró con debilidad, queriendo salir de ahí para encontrarlo en donde sea que estuviese pero, en ese momento, Alphonse entró a la cocina, asustándole por la velocidad en la que lo hizo.
Apresurado como solía ser, a penas si pudo ver cómo tomaba algo del frutero en el centro de la mesa y se acercaba a él, para besar su frente como despedida y marcharse a prisa mientras gritaba desde la puerta. Le hubiera gustado alcanzarlo para devolver ese gesto apropiadamente pero sus pies llegaron hasta el marco de la entrada de la cocina, incapaces de avanzar más.
—Sí, nos- Nos vemos, nos- Que te vaya bien.
El aire volvía a hacerle falta pero, esta vez, fue capaz de respirar una vez más. Su cuerpo sintió cómo su diafragma se expandía al exhalar y la tranquilidad volvió a su cuerpo, por un breve instante. El castaño se sintió agotado finalmente y, cuando pensó en avanzar, pareció que el rubio volvía a empujarle para detenerlo. Sus ojos le siguieron de un lado a otro, desde que entró para apagar el agua que había dejado hirviendo en la estufa hasta que se detuvo frente a él. Maret le miró, nuevamente incapaz de entender lo que trataba de decirle.
—Lo siento. —Dijo sin pensarlo.— No voy a- En un momento me- Nereo, yo lo lamen-
Su lengua se enredó dentro de su boca, obligándole a tartamudear otro puñado de sinsentidos. Nuevamente la tersa mano de aquel hombre la acarició y su mirada se detuvo en sus labios. Quiso besarlos pero había mil razones para no hacerlo de nuevo y, todas ellas se remitían a lo que pensaba que el otro sentía. Maret Benoit se sintió como un completo imbécil cuando el otro no necesitó de ninguna razón para besarle después de ese tiempo. Por supuesto que se ganó otro golpe, ninguno iba a ser suficiente pero, en ese momento, cuando le miró partir por el umbral principal, al final del pasillo que conducía a todos sitios en esa casa, tuvo la certeza que iba a volver a verle.
Esa debía ser la respuesta a la pregunta que se hizo, a pesar de todo. A Maret le gustaba ese sitio porque, al igual que lo que guardaba en la fotografía que yacía en el bolsillo de su camisa, había escapado de casa buscando otro lugar que pudiera recibirle. Lo había encontrado y lo había perdido, y quiso ignorar cuando pisó otro lugar similar. Tan solo quería un lugar a donde regresar, no donde le perdonaran pero sí uno que pudiera recibirle aún si se había equivocado.